Cuando veo a Fernando Delgado-Hierro y a Pablo Chaves en el escenario -y ya van dos- escucho mis pensamientos y preocupaciones en voz alta. Los que yo tengo ahí, muy al fondo, sin desenredar, a los que les pego una patada y aparto porque ahora (me creo yo) no aportan nada, los que no llevo ni a terapia, me los encuentro ahí, en escena, verbalizados. Ahí puestos en un escenario con sus luces y sus sombras. Las cosas que quito de en medio para que no me molesten mucho ellos las ponen encima de una mesa, con un foco y gritando.
Por el camino me río un montón, me quedo embobada fijándome en detalles pequeños, en las pelucas, en el maquillaje, en un gesto y en una mirada, en los Morancos intelectuales que a veces me parecen -siendo eso para mí un piropo- y que quiero mirar mucho rato haciendo muchos personajes porque todos me hacen gracia.
Después de haberlos visto en Los Remedios, para mí son dos viejos amigos y solo he cruzado con ellos un par de frases de pseudo fan. Pero siento que quizá tengamos cerebros parecidos, que navegan entre la risa y lo profundo para poder darle sentido a las dos partes.
Me gustan porque lo que hacen es lo contrario a la contención, a lo pequeñito y a lo casi imperceptible, pero siendo al mismo tiempo íntimo. Son pa fuera pero sin cansar, sin invadir, sin saturar. Es ir a todo lo que da pero con inteligencia. Medido y cuidado. En su punto pero a tope, no sé si me explico o si esto se está convirtiendo en algo que describe lo que ya he visto y no lo que quiero que vayais a ver.
La cuestión es que, con la ayuda de Juan Ceacero, que dirige, tienen la habilidad de recrear muy bien algunos trocitos concretos de la vida. De decir las cosas que se dicen en los momentos importantes, pero casi pareciendo que no lo son.
Y eso, amigos, no es tan común en las mil historias que nos rodean en mil formatos.
Así que bueno, dejo aquí mi enhorabuena y hago públicas y evidentes mis ganas de verlos haciendo cosas mucho, mucho tiempo.