Pablo Messiez agarró el texto de Samuel Beckett, lo miró de tú a tú y decidió montarlo tal cual. Juraría que hasta ha respetado el cien por cien de las acotaciones de texto. ¡Ay, las acotaciones! ¡Junto con los imperativos, esos grandes olvidados…!
Porque si amas un texto qué mejor que hacerlo tal cual lo escribió el autor. Sobre todo si, como Pinter o Chéjov, en sus textos explican detalladamente cómo han imaginado ellos su propia creación. Que sí, que las adaptaciones, las versiones y las miradas propias sobre textos ajenos molan. Pero también mola el seguir al pie de la letra.
En teatro todo son opciones y la de Messiez es tan lícita como cualquier otra. Lo que pasa es que la mirada de Messiez es la mirada de un ser privilegiado. Pablo mira, ve, entiende, digiere, ama, imagina y plasma lo que el ojo humano no alcanza a distinguir. Y logra que un texto complejo y quebrado como este resulte límpido, cristalino y absolutamente transparente. Encima le da un ritmo estupefaciente y entierra a Francesco Carril y a Fernanda Orazi en un mundo creado por ellos mismos, con un tiempo creado por ellos mismos. Elisa Sanz y Paula Castellano crean el espejo del mundo, la placa de petri en la que estos dos seres sobreviven bajo tres soles, un espacio en el que los días pasan a su bola y llegan Carlos Marqueríe y Óscar Villegas y te convierten un espacio ficticio en un universo y en ese momento los cielos se abren, se produce el milagro de la creación (teatral) y tod@s acabamos húmedos y erectos.
Francesco Carril lo hace todo bien. Punto. Es lo puto más. Y Fernanda Orazi… es infinita. Y ama las palabras. Las entiende, transita, salta, agarra, las sonríe, las estruja, las moldea, las vive, las revive, las reaviva y con las palabras, su fondo, sus emociones y sus efectos. ESTÁ PER-FEC-TA. Cada palabra, cada mueca, cada gesto, cada eco, cada repercusión, cada estela, cada pausa, cada silencio, cada grito, cada mirada, cada búsqueda, cada vacío, cada soledad, cada sonido que emite ese cuerpo semienterrado con INFINITOS Y PERFECTOS. Y si uno piensa en el monólogo final de «Los ojos», en «Doña Rosita anotada», en «Barbados etcétera» o en «Los bichos» llega a la conclusión inequívoca de que es LA ACTRIZ. Y se me raja el corazón porque sé que nunca llegaré a ser tan bueno como ella, ni de lejos, ni remotamente. Pero el corazón se me pega de nuevo porque puedo disfrutarla AHORA, HOY, en esta vida.
«Los días felices» habla de la necesidad de ser escuchado, de crear tu propio universo, tu propio tiempo con tus días y tus noches a medida y en un mundo que te ahoga minuto tras minuto pero en el que la felicidad te permite sobrevivir. Felicidad, tiempo, el otro y la palabra. Crear un mundo en el que ser feliz y poder cantar tus penas. Los días duraban 24 horas (a la antigua usanza), pero ahora duran lo que yo necesite que duren para poder ser feliz. Y a mí me hace feliz convivir con estos dos seres, Fernanda y Pablo. Porque con ellos el mundo, nuestro vertedero es más leve y hermoso.
Y el que no se deshidrate llorando con esa caja de música, no merece vivir en este mundo.
Y ahora, si pinchas AQUÍ, podrás leer el comentario extenso que he escrito en mi blog, DESDEELPATIO.