El estreno de Los Miserables en el Teatro Apolo ha demostrado que algunas obras no solo sobreviven al paso del tiempo, sino que regresan con una fuerza renovada capaz de estremecer tanto a quienes la conocen de memoria como a quienes se acercan por primera vez a la historia de Victor Hugo. Esta nueva puesta en escena es, sencillamente, un acontecimiento teatral.
La escenografía destaca por su potencia narrativa. Los cambios de ambiente…de la miseria de los arrabales parisinos al latido vibrante de las barricadas… crean una sensación de movimiento continuo, de historia viva. El espectador se siente literalmente arrastrado a la Francia convulsa del siglo XIX.
La iluminación es, por momentos, pura poesía. Juega con los claroscuros de manera magistral, subrayando la dualidad moral y emocional de los personajes. Los haces dirigidos y los estallidos de luz en las escenas corales consiguen un impacto visual y emocional sostenido. Hay instantes como el juramento de Valjean, el amanecer sobre las barricada, en los que la luz es suficiente para hacer vibrar al público sin necesidad de una sola palabra.
Y en el centro de todo, emerge la interpretación de Adrián Salzedo como Jean Valjean. Voz sólida, matizada…Pero, sobre todo, un Valjean humano, vulnerable, con una mirada que sostiene la esencia del personaje: la lucha interna, la redención, el amor y el sacrificio. Salzedo no interpreta a Valjean: lo encarna, regalando una de esas actuaciones que se recuerdan durante años.
Junto a él, el resto del reparto ofrece interpretaciones llenas de energía. Pitu Manubens en el papel de Javert aporta una presencia imponente y un contrapunto firme a Valjean, creando uno de los duelos más interesantes del musical. Los papeles de Marius, Cosette y Éponine aportan frescura y emoción, con momentos vocales muy notables que arrancan aplausos espontáneos. Los Thenardier, siempre esperados por el público, cumplen con ese toque de humor ácido que aligera la trama sin restarle fuerza.
En su conjunto, el musical mantiene un ritmo que hace que las casi tres horas de función pasen con naturalidad. Los Miserables es un triunfo artístico incontestable. Un espectáculo ambicioso, cuidado y emocionante que demuestra que los clásicos, cuando se hacen con respeto y talento, siguen siendo un faro luminoso en la cartelera. Un imprescindible absoluto.
