La verdad que no sé ni como empezar para describir esta experiencia tan extraordinaria, pero me siento una auténtica afortunada por haber presenciado tal obra de arte como es la vuelta de Los Miserables, el musical, al Teatro Apolo en Madrid. Estoy sin palabras.
Tengo que confesar que era mi primera vez, que no había visto nunca antes la representación de Los Miserables y que aunque solo con escuchar el título de la obra de Víctor Hugo su fama le precedía y me esperaba algo grandioso, ha superado cualquier expectativa que tuviera y me ha dejado sin palabras; aún estoy digiriendo lo sentido y vivido desde mi butaca en el Teatro Apolo.
Todo, y cuando digo todo en Los Miserables es todo, roza la idea de perfección que tenemos en nuestra mente en una representación de un musical. La música, la gran protagonista, es sencillamente impresionante. Es un musical completamente cantado y lejos de hacerse pesado, es como si te mecieran cantando. La calidad de las voces de cada uno de los integrantes del elenco es brutal; su dicción y pronunciación hace que se entienda todo y junto con la partituras de la orquesta perfectamente acompasada con las voces, hace que la experiencia auditiva sea insuperable.
Pero no solo es la música. La iluminación, con ese juego de sombras y luces, es una auténtica maravilla. Las imágenes de las propias pinturas de Víctor Hugo proyectadas sobre el escenario, la puesta en escena, la escenografía e incluso los efectos especiales -que por momentos te hacían dudar si estabas viendo un musical en directo o se trataba de una película cinematográfica- fueron sencillamente impresionantes e indescriptible con palabras.
Tuve la sensación de que, desde que me senté y comenzó el espectáculo, no pestañeé en las casi tres horas que duró el musical; no quería perderme nada. Y es que la naturalidad con la que se sucedían las escenas, sin que se percibieran transiciones, hizo que la obra se me pasara en un abrir y cerrar de ojos.
Las apariciones en escena de Adrián Salzedo -Jean Valjean- y Pitu Manubens -inspector Javert- te dejan boquiabierto y con las palmas de las manos calentitas y doloridas de tanto aplaudir. Ese ir y venir de reencuentros y conflictos entre ellos durante el transcurso de la obra, hablan de justicia, de perdón, de redención, y te mantienen en tensión pensando qué pasará cuando vuelvan a cruzarse sus caminos. La actuación de Elsa Ruiz Monleón -Éponine- es impecable, y te lleva a sufrir con ella el desamor, el sufrimiento por un amor no correspondido con la ilusión y la esperanza hasta el último de sus suspiros por Quique Niza -Marius-. El matrimonio Thérnadier interpretado por María Conde y Xavi Melero siempre exultantes, traen los momentos más cómicos del musical. En realidad, aunque la obra tiene sus protagonistas, todo el elenco es inmejorable; sus voces, sus gestos e interpretaciones te hacen sentir que estás presenciando algo único y muy especial. ¡Y los más pequeños del elenco, cómo son! Con esa ternura y ese desparpajo con el que actúan se meten al público en el bolsillo en cada escena; pequeñas futuras promesas, amor total.
¿Qué más puedo decir? Creo que es absolutamente necesario vivirlo en tus propias carnes. Esa emoción, ese encogimiento de corazón, los pelos de punta, el no querer ni parpadear para no perderte nada, y otras mil sensaciones más… son imposibles de describir sin quedarse corta. Así que no lo penséis, merece muchísimo la pena. Regálatelo, regálaselo; nadie debería perdérselo. Te devuelve el auténtico amor por el teatro y eso sí, después de verla, todas las comparaciones serán odiosas.
A todos los que forman parte de Los Miserables, el musical, mi más sincera enhorabuena y gracias por este regalo inolvidable.
