La espera de más de una década para la vuelta de Los Miserables a España ha merecido la pena. Vaya si lo ha hecho. Por fin tenemos de nuevo en Madrid la producción de Cameron Mackintosh del épico musical de Boubil y Schönberg basado en la novela de Víctor Hugo. Es tan épica y majestuosa como siempre, y más viva y relevante que nunca. Esta vez, en el teatro Apolo, donde se estrenó por primera vez en nuestro país en 1991, ahora de la mano de ATG Entertainment España.
En este montaje, réplica del que actualmente se puede ver en el West End, la atención al detalle es total y cada decisión artística y técnica está más que pensada y cuidada. Cuarenta años desde su estreno y dieciséis de esta producción han dado para mucho, logrando que lo que vemos hoy en escena sea un espectáculo de calidad inmejorable. La dirección, repuesta para esta producción por Christopher Key junto a Víctor Conde, mantiene una gran frescura y un ritmo impecable que hace que sus casi tres horas se pasen volando. Saca lo mejor de toda la compañía con un trabajo sobresaliente tanto de personajes como coral, y sabe exactamente cuándo dejar a la acción avanzar y cuándo dejar respirar al show. En esos instantes, el uso del tableau teatral es excepcional y deja al espectador sin aliento.
La escenografía, diseñada por Matt Kinley, es majestuosa y, al mismo tiempo profundamente teatral, complementada por una compleja utilería y numerosas proyecciones inspiradas en las pinturas del propio Víctor Hugo. El magnífico vestuario, de Christine Rowland y Paul Wills basado en el trabajo de Andreane Neofitou, está repleto de detalle y siempre al servicio de los personajes junto con la caracterización de Stefan Musch. La iluminación, a cargo de Paule Constable, es una auténtica obra de arte que aporta fuerza y emoción a la historia a base de contrastes, oscuridad y niebla. El extraordinario diseño de sonido de Mick Potter, es extraordinario, con una potencia capaz de hacer vibrar el Teatro Apolo sin perder un solo detalle de la orquesta de catorce músicos y las voces. El trabajo del equipo técnico en su conjunto es de matrícula de honor, afrontando con precisión y excelencia la gran complejidad de este espectáculo.
En cuanto al reparto, esta nueva generación de Miserables viene pisando muy fuerte. El ensamble, lleno de energía, sostiene la función brillando con un trabajo sólido y muy bien construido. Los personajes secundarios están llenos de sensibilidad y compromiso con la historia. Imposible no destacar al Marius de Quique Niza, vocalmente ejemplar; la Eponine de Elsa Ruiz Monleón, que demuestra lo bueno y necesario que es apostar por el talento joven en teatro musical; y también al genial dúo de Malia Conde y Xavi Melero como los Thénardier. Como el inspector Javert, Pitu Manubens impresiona por su gran presencia escénica y su imponente figura, y su forma de mostrar la evolución de su personaje marcada por su conflicto interno.
Y sin embargo, Adrián Salzedo como Jean Valjean es, sin duda, la estrella de esta producción. Navega con maestría uno de los papeles más complejos del teatro musical, ofreciendo una interpretación cargada de ternura, humanidad y verdad a lo largo de todo el recorrido del protagonista. Posee un timbre de voz precioso y versátil, capaz de llenar la sala en los momentos de mayor intensidad y de conmover en los más delicados, como en «Sálvalo», donde su canto llega directamente al corazón del público. Poder disfrutar de una interpretación de tal nivel es un regalo.
Asistir a esta producción es un auténtico lujo, sobre todo para cualquier amante del teatro musical. Los Miserables es una experiencia que se vive de principio a fin y que nadie debería perderse.
