Diferentes estatuas sedentes de Ramón María del Valle-Inclán repartidas entre el patio de butacas asisten a la representación de su propia creación, curiosamente uno de sus textos más desconocidos. La grave y solemne voz de José Sacristán servirá como narrador/acotación de este cuento en el que el príncipe Verdemar, después de huir de su reino por haber liberado un genio, habrá de enfrentarse al temible dragón para poder desposarse con Infantina. Este montaje resulta particularmente transgresor, aparte de por su ruptura de la cuarta pared, por atreverse a conectar la fábula infantil con la realidad contemporánea de una manera que jamás hubiera imaginado Valle-Inclán. Al igual que sucede con el género de terror, las enormes posibilidades de lectura que ofrece lo fantástico van más allá de la mera preseteancia de criaturas legendarias.
Que lo fantástico maravilloso es un género desdeñado en nuestro país no es ningún secreto. No hay más que echar un vistazo a los planes de estudio de literatura castellana de Secundaria para comprobar cómo la materia fabulosa queda relegada a un ínfimo porcentaje de obras por considerar que las otras están «mal escritas» o son quizá demasiado «infantiles» y «juveniles». No resulta extraño que, con semejantes planteamientos, algunos lleguen a pensar incluso que, salvo Bécquer, no exista ningún otro caso digno de ser estudiado en cuanto a su producción fantástica. ¿Será acaso que aquella fuerza con la que Cervantes atacó los libros de caballerías terminó calando en la mentalidad española? Y, sin embargo, como las meigas, textos de fantasía épica españoles que merezcan la pena haberlos haylos. Piénsese, por ejemplo, en Olvidado rey Gudú de Ana María Matute, novela con la que La cabeza del dragón entronca directamente por el homenaje a los cuentos de hadas.
Re/descubre este texto olvidado con una función divertida y alocada donde la música, la risa y la sátira caminan de la mano.