Luisa Martín y Olivia Molina no necesitan calzarse unos malditos tacones, ni tan siquiera elevarse en esa plataforma que compone la sencilla escenografía de esta obra para mostrar lo grandes que son.
En Malditos tacones, si hay algo que brilla, sin duda, es la sublime interpretación de estas dos mujeres, cuyos personajes pueden parecer antagonistas, aunque igual no lo son tanto. Se complementan a la perfección, y aunque estén lejos, e incluso aún cuando a veces no se miran, la una acciona y hace reaccionar a la otra de una manera orgánica y natural que hace que no puedas dejar de mirarlas.
Defienden el texto con garra y con ganas, atravesando cada una de las extremas emociones que le tocan a sus personajes. Si hay que poner un pero, quizá lo pondría en ese mismo texto, que ellas consiguen elevar. Un guion, que pasa, a veces, de puntillas por donde eché de menos mayor profundidad,en los contextos, para detenerse en aquello que igual ya se contó detalladamente (y desde una mirada masculina), quizá demasiadas veces.