Todo apuntaba a una excelente tarde teatral: una buena sala (Teatro Bellas Artes), un título muy sugerente (Malditos tacones), un autor de prestigio (Ignacio Amestoy), una reconocida directora (Magüi Mira) y dos magníficas actrices (Luisa Martín y Olivia Molina). Las condiciones, por tanto, inmejorables. El resultado, por una parte no y por otra sí .
La obra plantea muchos temas: quiere denunciar las dificultades de ascenso social de la mujer, especialmente a las altas esferas del poder (de ahí la metáfora de los tacones del título), y actualizar algunos mitos clásicos (Electra, Edipo), y presentar escabrosos asuntos intrafamiliares de una familia potentada, y diseccionar las conflictivas relaciones materno-filiales, y el abuso de poder, y… Muchos temas, como digo, y todo en apenas una hora que dura la función. Quizá por ello no todo se aborda con suficiente profundidad o está bien inserto en la trama, una trama, por cierto, en la que probablemente haya sobrecarga de melodrama.
Pero si el espectáculo merece verse es sin duda por las interpretaciones. En un decorado minimalista situado sobre una plataforma giratoria (¿metáfora de las vueltas que da la vida de estas dos mujeres?), Luisa Martín y Olivia Molina se dejan la piel, se combaten, se acercan, se susurran, se gritan, se interrumpen, se apoyan, se aproximan, se alejan, se gritan, se hunden, se desgarran en una historia compleja, dura, donde la trama va trazando sorpresas sin apenas dar respiro. Hay que ver el dominio gestual de Luisa Martín, su potencia para trasmitir la intensidad y el dramatismo que el texto alcanza en ocasiones, su capacidad para modular la voz, su contención interpretativa cuando la situación lo requiere… Hay que ver la versatilidad de Olivia Molina para transitar estados anímicos, su dominio de los registros dramáticos, la intensidad de sus miradas y gestos, su sensualidad…