Malinche es un espectáculo embriagador y grandioso, lleno de detalles que arrancan carcajadas y admiración. La carpa que te invita a entrar es pura fantasía, y los aperitivos y combinados que puedes consumir allí te ayudan aún más a disfrutar de la experiencia. Merece la pena llegar con tiempo para pasar un buen rato.
Ya en la carpa central, impacta el gran patio de butacas y el enorme escenario. Arranca el primer número, un gran comienzo que no deja indiferente. El elenco de actrices y actores está muy bien elegido y, personalmente, agradezco que no sean primeras figuras, porque eso me facilita entrar en el código de la historia. Además, me encanta que las grandes producciones apuesten por talentos no tan famosos y que les den la oportunidad de brillar.
La escenografía es, sin duda, uno de los elementos que más impactan: piscinas, grandes lunas flotando en el cielo… ¡Una no ve todos los días en el teatro la reproducción de una pirámide azteca! También merece un aplauso el trabajo de vestuario y el de coreografía, con sus luchas escénicas bien elaboradas.
La historia en sí no me cautivó, pero se compensa con otras distracciones, como el hipnotizante torso del protagonista. A juzgar por las risitas y suspiros de las y los que me rodeaban, creo que no soy la única en opinar que este musical te alegra un rato la vista.
El final me sorprendió un poco, más que nada por lo inesperado. No te hago una faena si te cuento que hay un mini concierto de temazos de Nacho Cano al terminar, porque esto se ha comentado bastante y es “marca de la casa”. Y aun así no dejó de chocarme, porque no tiene nada que ver con la historia. Aun con todo, resulta un cierre divertido que disfruté mucho con las amigas.