Lo que hacen Marta Poveda y Aitana Sánchez-Gijón cada tarde en las tablas de Matadero-Naves del Español es una lección magistral de interpretación actoral. La versatilidad y buen hacer de ambas son los cimientos de la puesta en escena y que Yayo Cáceres pone al servicio de la palabra bien escrita por Álvaro Tato – me quito el sombrero ante usted, maestro-. Yayo lo acompaña todo con lo que es ya su leit-motiv: la música y la canción como elemento narrador o cohesionador del montaje, al más puro estilo «Ron-Lalá». Miguel Ángel Camacho consigue con sobresaliente éxito transportarte a palacios, calles, plazas y caminos con un juego de luces y sombras sobre los elementos arquitectónicos de una escenografía no aprovechada al máximo, o creada en exceso, y quizás el único «pero» del montaje. Y es que cuando tu apuesta es la palabra y el trabajo del actor en un espacio vacío, sobra todo lo demás, cuando cuentas con actrices de tal envergadura y trayectoria, especialmente Poveda que hace un trabajo alquímico donde pasa del clown a la máscara y de la máscara al realismo más crudo con el arte de quien sabe hacer muy bien las cosas.
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