Karim vuelve a los Luchana con un espectáculo en el que se aprecia que se ha dejado el alma y la vida. Quizá de ahí venga el título. Todo repleto de sorpresas desde que te acomodas en la butaca. Pero no durará mucho esa comodidad, «Muerto de risa» me hizo soltar una carcajada con algún chiste de esos de los que me da vergüenza echar la risotada.
No quisiera desvelar mucho porque la base de esta función se asienta precisamente en no saber qué nos vamos a encontrar. No es un monólogo al uso, no es una obra de teatro ni es un despliegue abrumador de magia. Sin embargo, es todo eso y un poco más. Mezcla magia, ilusión, ternura, vídeos, mofas contra todo el mundo de cualquier sesgo político o cualquier abono a cualquier religión pero, sobre todo, muchísima energía revitalizadora.
Durante la hora y pico de «Muerto de risa» hay cabida para el recuerdo de humoristas, para la interacción continuada con el público, para la superación de los miedos, el desapego emocional hacia los objetos y hasta para personas que no están físicamente en la propia sala.
Yo salí de allí con la sensación de que me hubiera quedado otra hora más escuchando hablar a este cómico. Vaya, que lo que iba a buscar lo encontré: olvidarme un rato de todo lo que hay fuera y salir por la puerta del teatro con una sonrisa de oreja a oreja.