Marcel Borràs y Nao Albet releen el mito de Mammón y lo plasman en esta obra multidimensional, atrevida, divertida y original. Lo que comienza siendo una conferencia o diario de viajes sobre la situación en Siria se convierte en una fiesta en Las Vegas, en un club de striptease con personajes pintorescos, en un descontrol que involucra a los espectadores en una partida muy especial.
Mammón va de viajes y Borràs y Albet tienen la capacidad de relacionar el tema de la codicia y el poder en varios lugares, demostrando que la corrupción humana, como el mito, es universal. Supuestamente, tras el viaje de Borràs a Siria deciden emprender el proyecto de llevar a los escenarios la adaptación del mito de Mammón, a modo de denuncia, quizá, o de catarsis personal, en una coproducción entre España y Bélgica, pero Bélgica les falla y han de ir en busca de dinero a Las Vegas, ni más ni menos.
El uso de los medios audiovisuales y de las técnicas cinematográficas recupera y potencia la teatralidad y no deja que el espectador se duerma en los laureles, o que se crea todo lo que le cuentan. Los actores, Ricardo e Irene, pues así se presentan ante nosotros, inciden en las imágenes de Siria, leen los diarios de los creadores, se contestan el uno al otro e indican cómo hubiera sido la representación del mito de Mammón en caso de haber obtenido la financiación. Hubiera sido nada más y nada menos que espectacular, casi hortera, excesiva, y es que iban a hacer llover sangre. La solemnidad inicial de los dos intérpretes vestidos de negro pasa a ser una solemnidad impostada, irrisible por momentos, y también dramática, especialmente durante el monólogo final de Mammón, que recita Ricardo Gómez, y que será el hilo conductor y unificador de la obra.
Las Vegas son los pasillos y los camerinos de los Teatros del Canal. Pensamos: ¿Se tratará de una recreación, tal vez? Nos descoloca el desarrollo de la función, pero nos atrapa. Nos gustaría creer que estamos viendo cómo Borràs y Albet se la jugaron en los casinos por su proyecto. Y que un viejo exjugador y una bailarina exótica les ayudaron. Por cierto, magnífico trabajo de Manel Sans como perdedor bien avenido, como instigador, testigo y casi figura paternal; Irene Escolar, por otro lado, dota a sus personajes estereotipados de una vis cómica sorprendente, que combina con los acentos y los comportamientos culturales más predecibles. La obra, además, muestra a un Ricardo Gómez versátil, camaleónico y fiero, que se niega a acomodarse o a ser encasillado. Genial es, por poner un ejemplo, su papel como el mexicano Bernardo.
Mammón es un trabajo de equipo impresionante, una comedia con mucha enjundia, una tragedia disfrazada de comedia sobre las debilidades del ser humano y el egoísmo que lleva a la violencia. Los dos jóvenes autores y directores de la obra han sabido trasladarnos a lugares lejanos en la cercanía del teatro, a partir de solamente unas cuantas tablas sobre el escenario. Los diálogos más graciosos esconden reflexiones de corte filosófico y existencial, si lo sabemos ver y escuchar.
Las ruinas como lugar de redención, de crecimiento, de denuncia y de ridiculez humana. Me quedo con la psicodelia, con la locura final, con la impecable ejecución del espectáculo, con la profundidad del texto, con la frescura de la idea y de los cinco intérpretes, que inspiran y contagian su amor por el teatro y por el arte y sus ganas de trabajar, por encontrar nueva formas de explicar y reírse de los vicios y de la realidad.