No me es fácil hablar de Pildoritas, ya que es una obra tan atípica, tan atemporal y tan original que creo que me voy a quedar corta, pero lo voy a intentar. Empezaré hablando del tono en el que está narrada la obra y es que, aunque parezca que sea de una forma amable y divertida, hay más tristeza y seriedad de la que parece, pero es que está enmascarada por unas pildoritas de humor o también creo que es la forma tan fresca y casi espontánea de interpretar de las dos protagonistas. La idea de la obra es original y está muy bien planteada, pero al principio me chocó, ya que juega con dos líneas en el tiempo, pero hasta que no te das cuenta de eso, estás un poco perdido. Aun así me divertí en ese juego entre el pasado y el presente. Pildoritas ha elegido dos sucesos que cambiaron la vida de nuestro país y nos los plantea de manera inteligente y nos los muestra con ejemplos, con chascarrillos de la época y con unas voces maravillosas como son las de Raquel Salamanca y Raquel Pardos. Cantar casi a capella y en un espacio tan pequeño y tan íntimo es una proeza y las dos actrices hicieron que se me pusiera la piel de gallina. Pildoritas no solo es un paseo por nuestros recuerdos, sino que es una manera de desempolvar retazos de canciones, de vivencias de nuestros abuelos, abuelas, padres…Pildoritas ha sido como una terapia regresiva, como volver la vista atrás, pero sutilmente y desde un punto de vista femenino. En la obra hay varios pequeños homenajes a las enfermeras, al gremio del teatro que sea en la época que sea siempre ha estado al pie del cañón divirtiendo, haciéndonos pensar y recapacitar, incluso con censura de por medio. Siempre me gusta hablar de la escenografía y vestuario, porque me gusta fijarme en estos detalles, ya que son como una extensión de la obra y del elenco, y en este caso ha sido una delicia poder ver la escenografía tan sencilla, pero bonita, que me ha hecho sentir nostalgia y un vestuario que ha sido la guinda a una obra original.
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