¿Quién es el Señor Schmitt? Es la pregunta que te haces al entrar en el Teatro Español y todo el tiempo, no solo porque aparezca en el cartel, sino porque el argumento va a
girar en torno a esa pregunta.
Nada más ver el escenario con una estética típica de las series americanas de los noventa como el Príncipe de Bel-Air ya te sientas impaciente y esperanzada por el tipo de obra que va a ser, pero como dicen en la sinopsis va a pasar por todos los géneros teatrales y se avisa que va a ser de una manera inesperada e intensa.
A lo largo de la función y con la ayuda de los personajes, poco a poco, se acaba construyendo la figura de este ser misterioso y de identidad desconocida, que en más de una ocasión, va a sacar de sus casillas al protagonista interpretado por un divertidísimo Javier Gutiérrez y aquí comienza la disputa y la risa.
Es la primera vez que veo una dirección y adaptación de Sergio Peris-Mencheta y me parece una decisión acertada centrar la historia en el humor absurdo, que es lo que reina en toda la función y que en ningún momento llega a ser molesto. La mayor parte del tiempo es una carcajada tras otra y la agilidad de los actores (Cristina Castaño, Xabi Murua, Quique Fernández y Armando Buika) para llevar este tipo de comedia hace que sea más fácil seguir la representación.
Sin embargo, Sebastian Thiéry no creó una función común. Es una obra en la que no vas a encontrar un final redondo y claro, sino todo lo contrario: te invita a sacar tus propias
conclusiones de lo que has visto y de quién es realmente el señor Schmitt.