Todo el mundo conoce a Sergi López: podría ser el vecino de arriba, el profesor de su hija o el carnicero de la plaza. Pero, por suerte para muchos, se ha convertido en actor. Un actor reconocido dentro y fuera de nuestras fronteras que ha trabajado, sobre todo, en Francia y también, con frecuencia, en lo que solemos llamar cine de autor.
Tenerlo estos días en el teatro es un lujo que no se puede dejar escapar. Y no porque sea el actor catalán que, quizás, más veces pisa alfombras como la de Cannes, o porque sea, probablemente, el actor catalán más conocido en Francia, o porque precisamente esta misma semana también se le pueda ver protagonizando una road-movie épica y fantástica, en cines de aquí y de medio mundo… sino porque el trabajo que hace en Non Solum es delicioso.
Un texto que él mismo escribió y estrenó hace nada menos que 17 años… y que ha envejecido muy bien. Porque es teatro del bueno. Teatro que habla de todo desde una distancia inteligente. Desde el humor. Teatro que se termina (tras 70 minutos) y te das cuenta de que no has mirado el reloj ni una sola vez. Lleno de escenas absurdamente divertidas y sorprendentes que acaban desvelando verdades profundas y sinceras. Y que llega de la mano de un intérprete de esos que parece que no haga nada sobre el escenario (cuando, en realidad, lo hace todo).
Sergi ha vuelto. No porque ya tenga una reputación, una fama y, probablemente, una agenda tan llena como desea, sino porque es un hombre muy inteligente. Y, seguramente, ahí radica el secreto. ¿Es el mejor actor que ha dado España, o Cataluña, o Vilanova i la Geltrú? Posiblemente no. No me lo imagino haciendo un Rey Lear, un Willy Loman, un Hamm o un personaje de profunda complejidad dramática y gran distancia con lo que sería —disculpad la generalización— un hombre normal.
Sergi interpreta papeles de persona normal, que afronta desde la máxima naturalidad, desde la verdad más sencilla y directa, sin complicarse la existencia… sin egos de por medio. Y eso es, probablemente, lo que lo ha situado donde está… y lo que hace de Non Solum una delicia: la naturalidad, la frescura (mantenida, después de todos estos años), la sencillez con la que dice el texto, se ríe de sí mismo y de todo, y se relaciona con el público con una cercanía que hace que no quieras salir del teatro; quieres irte con él a tomar una copa y darle un gran abrazo.
Una joya. Gracias.