¿Qué pasaría si los animales «hablasen»? ¿Qué nos diferencia exactamente del resto de especies animales? ¿El lenguaje? ¿La sintaxis? ¿La empatía? Es verdaderamente curioso cómo en ciertas ocasiones las personas terminamos desarrollando mayor grado de empatía por personajes ficcionales (de libros y películas) que nunca han existido que por las vidas de los animales que son masacrados a diario, víctimas de un cruel sistema consumista. Estas son solo algunas de las reflexiones que recorren la función, planteada como una suerte de conferencia donde Elisabeth Costello (una entregadísima y maravillosa Nathalie Seseña) decide meditar sobre la frontera que separa animales de personas.
El capítulo de una de las novelas del premio Nobel J. M. Coetzee sirve como base para este montaje que se propone cuestionar nuestro modelo de vida. Otro de los textos que sobrevuelan la función es el cuento de Kafka titulado Informe para una academia (1917) en el que un simio, Pedro el Rojo, es instruido hasta devenir en hombre. De esa civilización a la que se somete el primate también se hace el camino inverso para intentar desentrañar, de alguna manera, las razones que pudieron motivar el asesinato masivo de personas como el holocausto nazi o la bomba nuclear, motivaciones que vendrían determinadas por esa deshumanización (animalizadora, si se me permite el término) que permitió despojar de humanidad hasta terminar reduciéndolos a meros animales. Pero ¿y si esos animales también tuvieran sentimientos y emociones? En este sentido, no es la primera vez que se hace esta observación, como bien lo atestiguan ejemplos que irían desde San Francisco de Asís hasta los azules habitantes de Pandora y las reivindicaciones de partidos animalistas como PACMA.
El montaje en cuestión avanza paulatinamente desde una instructiva clase magistral hasta el tono más alegórico. Un texto combativo y necesario que no dejará indiferente.