Esta es una historia de quién por ser invisible, pudo tener mil caras y se volvió indispensable. Es una historia de teatro, de metateatro, de vida, de los llamados titiriteros, de corruptos, de venganza y sobre todo, de justicia. Es una historia con nombres genéricos (al más puro estilo Isabel Allende en la Casa de los Espíritus), pero en la que a todos nos sale un nombre con quién identificarlo. Es la historia de buscar justicia por amor al arte, cuando la Justicia no es justa.
Este espectáculo de algo más de dos horas, es uno de esos que te mantienen pegado a la silla, donde el tiempo vuela y se detiene a la vez. Pareciera una comedia y lo es, pero con un texto tremendamente acertado, con un algún que otro monólogo que te deja sin aliento, por ser capaz de poner un espejo a esta sociedad de personas con vidas precarias, mientras a otros su vaso desbordado no les parece suficiente y pretenden llenarlo con el dolor del vulnerable.
La puesta en escena y la narrativa me resultaron tremendamente originales y dinámicas. Rompiendo la cuarta pared de una manera acertadísima. Y el elenco se convierte en la primera y última pieza de este espectáculo, que funciona como un engranaje, en la que cada actor y actriz cambia de personaje de una escena a otra con la capacidad de hacerte ver ese nuevo personaje de manera inmediata en una perfecta coordinación.
Hay que dejarse caer, sin duda, en esta obra de invisibles, esclavos y enemigos.