Elder Price, uno de los protagonistas principales de esta historia, tenía el sueño de llevar la fe mormónica hasta Orlando y divulgar la palabra de Dios entre sus personajes favoritos de Disney. Pero, ¿con qué se encuentra? Con que su destino como misionero es un lugar totalmente diferente: una aldea en Uganda. Y, por si esto fuera poco, iría acompañado de Elder Cunningham, el más rarito de su clase.
Aunque para Price esta misión fuera la antítesis de Disneyland, a mi parecer, este musical sí que podría considerarse un parque de atracciones. El tono satírico de la obra es una verdadera caída libre, que, aunque parece que podría herir ciertas sensibilidades, siempre mantiene la adrenalina y el humor del público a flote. La historia, como si de una noria se tratara, gira en torno al tema de la religión, desde una visión crítica, pero divertida. Y los personajes, tanto mormones como ugandeses, nos hacen sentirnos en una montaña rusa de emociones donde nos venimos arriba con sus chistes, bailes y canciones; y abajo cuando analizamos la dura realidad que hay tras la mayoría de ellos.
A pesar de tratar asuntos tan complejos como el sida, los regímenes autoritarios o la ablación, The Book of Mormon llama a nuestra puerta para hacernos reflexionar a través de la risa. Una apuesta arriesgada y de calidad que nos enseña que, a través de la unión, la imaginación y el humor, podemos vivir en un mundo donde gane la esperanza.