Se dice que ya se ha escrito y producido todo lo que se podía sobre la Guerra Civil, sin embargo, personalmente la temática me sigue atrapando. Y es verdad que la Historia, así con mayúsculas, se ha tratado y retratado de diversas maneras. Pero a mí la temática me sigue removiendo porque son las historias, así con minúsculas, cotidianas, las que no pueden dejar de ser contadas.
Las que tienen que ver con las vidas, sueños y proyectos que durante años tuvieron que hibernar y, que tristemente, en muchas ocasiones desparecieron con las almas que las albergaban. Son las intrahistorias de aquellos años los que me siguen interesando, por mucho que nos digan que ya lo hemos visto todo. Porque todavía, tristemente, nos queda mucho por ver, por contar, por denunciar. Porque no hay nada más global que lo local y aquellas historias íntimas que nos tocó vivir, hoy, principios del siglo XXI son vividas por un otro que sentimos lejano porque no habla nuestro idioma, pero que padece y siente igual que a principios del siglo XX sintió y padeció un nosotros.
Y está intrahistoria está cargada de belleza porque la protagonizan dos almas enamoradas con las que podemos empatizar, con una narración e hilo conductor dinámico y lleno de verdad, en una puesta en escena con mucho gusto y con un vestuario que se esperaría ver en una producción de mayor presupuesto. A destacar la maravillosa interpretación de sus protagonistas que nos llevan de la mano a bailar por la pradera de San Isidro.