Es noviembre, entre cristales fríos, voces, humo, una ciudad imparable, mucha gente con ganas siempre de discutir, opiniones, ofendidos, cambio climático, realfooding, sostenibilidad, ingobernabilidad, odio, ruido, demasiado ruido. La vida se ha convertido en una espiral hacia abajo.
Es noviembre, hace frío, nieva en algún lugar y hay una cama con un edredón blanco. Llegas a casa encuentras otro cuerpo que te observa: mira cómo entras y te sientas en la cama, al borde, a la izquierda. Te quitas los zapatos; mira cómo tiras la chaqueta y la mochila de todo el día y entras a la cama. Vestida. Oliendo a frío y a calle.
Por fin.
Respiras.
Calor.
Luz.
Blanco.
Hubo un momento en que el ruido alrededor no se paró, pero ya no importaba, la vorágine oscura seguía tras el cristal pero daba igual.
Hubo un momento en que alguien escuchaba al otro lado, en que alguien te miraba, al fin, en que otro cuerpo te contaba desde las entrañas.
Hay un momento infinito, que te cala los huesos y se te pega en la mejilla, que arrastras fundido en la piel, en el olor del otro, en la intimidad que deja en ti.
Y cierras los ojos.
Escuchas
Respiras.
Hubo un momento en que hubo humanidad y todo recobró el sentido porque en alguna cama de algún lugar frío alguien desconocido espera para escuchar y recomponer, para dar sentido.
*
Todo lo que está a mi lado de Fernando Rubio abre esta edición del Festival de Otoño en los Teatros del Canal. Tres días, siete actrices, siete camas y mucha humanidad. Compartir cama y memoria con Nerea Barros, María Morales o Susi Sánchez es un momento de comunión más que necesario en mitad de la locura.