A veces se tiene la idea errónea de que ir a ver un musical es ver un espectáculo básicamente visual con canciones, donde la escenografía se mueve en plataformas y los efectos especiales son deslumbrantes… y no siempre es así. Dentro del género también hay espacio para producciones que dejan a un lado la espectacularidad para darle el protagonismo a la historia y las interpretaciones. Aunque en Madrid son contadas las producciones de pequeño formato, poco a poco, se pueden ir descubriendo títulos que demuestran que hay vida más allá de los musicales «franquicia», como es el caso de Un día cualquiera.
Un día cualquiera apuesta por la sencillez de su propuesta, ya el título da pistas sobre esto. La historia habla de las casualidades que se dan en la vida, de cómo nuestras acciones son determinantes para el destino de los que nos rodean, sean conocidos o no; además de hacer toda una oda a la ciudad de Nueva York a través del arte.
La historia apoya su trama en las vidas cruzadas de cuatro personajes, haciendo un retrato de sus aspiraciones, ya sean profesionales, espirituales o sentimentales y lo hace con humor, riéndose del estilo de vida que llevamos en las grandes ciudades, los compromisos sociales, el postureo, pero a la vez profundizando en el terreno emocional, ¿cuál es el cuadro de nuestras vidas? ¿cómo queremos realmente que sea?
En la partitura de Adam Gwon encontré, no sé si son cosas mías, aromas a Sondheim, e incluso a Jonathan Larson. Canciones pegadizas, que cuentan mientras se cantan, que dibujan el interior de los personajes, que rezuman frescura y desenfado, que se apoyan en la sencillez de las situaciones para lograr que nos identifiquemos; pero que a la vez resultan composiciones complejas, por una melodía y unas letras que ponen constantemente a prueba a sus cuatro intérpretes, en este caso unos inspirados: Oriol Burés, Laura Enrech, Víctor Gómez y Marina Pastor.
La puesta en escena que podemos ver en el Nuevo Teatro Alcalá, dirigida por Ferrán Guiu, apuesta por un espacio limpio, como un lienzo en blanco en el que se van dando las pinceladas que terminarán componiendo el cuadro completo que es Un día cualquiera.