Cuando hace ahora algo más de dos años el mundo se paró, la música nos hacía escapar, volar y sentir… más allá de las cuatro paredes de las que por prudencia no podíamos salir. La música nos conectaba con quiénes no podíamos tener cerca. Recuerdo que la primera vez que fui a un concierto después del encierro se me saltaban las lágrimas y no porque la canción fuera triste, sino porque echaba tanto de menos áquello, porque me sentía más viva que nunca, porque la música nos hace libres, nos hace ser y sentir.
Y con este sentimiento, me adentré en el distópico mundo de WAH, la premisa es clara, la música ha sido prohibida y este lugar clandestino es el último reducto del mundo donde todavía se puede escuchar. Tengo que admitir que me metí de lleno en la historia. Soy de las que, como dice el título, si no puedo bailar, no es mi revolución. Y una batalla en la que, lo que hay que salvar es la música, es una batalla que sin duda merece la pena luchar. A pesar de la premisa pesimista, entrar en WAH es entrar en el mundo de la alegría, de la adrenalina, de las ganas de vivir… Desde el primer momento, te sitúas en esa realidad paralela. El trabajo es impecable para hacerte sentir que estás allí y el nivel de los artistas es insuperable. Un espectáculo dedicado a los 5 sentidos que sin duda hay que disfrutar al menos una vez en la vida.