Yellow moon. La balada de Leila y Lee puede ser la historia de amor que eclipse la atención del público cada vez que vuelva al teatro. Podría ser también un cuento magníficamente representado que comienza en una tienda de 24 horas, en la que chico y chica se conocen y empiezan una película juntos. Y, por supuesto, también es un viaje iniciático cargado de laberintos vitales, ya que su argumento aparece fragmentado en varias capas: la historia que ve el público, la historia que oímos narrada y miramos representada, aquella que experimentan los personajes, otra que no llega a ocurrir y quizás una última que es leyenda, etc.
El avance rápido de la acción combina a la perfección con el despertar de las emociones al ralentí de esta joven pareja de adolescentes que huye para encontrarse con lo que han creído vislumbrar en el horizonte, bajo el texto de David Greig. Son Raúl Pulido y Paloma Córdoba, quienes casi como recién salidos del videoclip del Take on me del grupo A-ha, se dan la mano y todo comienza a girar a su alrededor, a vivir en otro interior. A modo de diario de abordaje, de momentos para descubrirse en compañía y abrasados por los miedos y los sueños, este actor y esta actriz juntan sus destinos para guiarnos con mucha confianza por una huida en común. La mirada ingrávida y curiosa de Córdoba es un verdadero deleite con la que quedarse en el refugio familiar que se va construyendo y en el que les acompañan Savitri Ceballos y Juan Ceacero, un animal salvaje en escena en cada piel que cobija durante la función.
En la dirección, Beatriz Jaén hace una labor minuciosa de observación de estos cuerpos que se van encontrando y arrasando. Junto a Javier L. Patiño, en audiovisuales y ayudantía de dirección, aparece un trabajado muy cuidado en ejecución y generoso en no ofrecer fronteras en lo que se erige sobre el escenario y se traslada a las butacas.
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