El Palmeral es una prueba palpable de que la perseverancia sirve. De perseverar sabemos mucho por estos pagos. Cabe pensar primero, aunque aparentemente no tenga nada que ver, en José Sanchis Sinisterra. Nadie como él ha estimulado, espoleado, atizado la escritura dramática a lo largo de varias generaciones. Se inventa cosas. Por ejemplo, se inventa un proyecto, desde “su” Nuevo Teatro Fronterizo, que bautiza con el verbo Cicatrizar, para hablar de las heridas que dejan en la historia de los hombres y las mujeres las guerras civiles, los conflictos entre pueblos hermanos, algo que vaya más allá de lo inmediato, del pasado reciente, y que hunda su búsqueda también en otras contiendas más viejas, en otras heridas más profundas. Y decide que este proyecto se hará además a través de un puente invisible, un puente de palabras, entre España y Colombia. Cinco dramaturgos y dramaturgas de España y cinco de Colombia. Total, diez textos. Uno de ellos fue El Palmeral, del autor catalán Albert Tola.

Cabe pensar también en la perseverancia de La Maldita Vanidad, compañía, productora, escuela y sala de Bogotá que lleva más de una década trabajando por hacerse un hueco con una visión contemporánea de la escena y pugnando para que la vanidad -siempre acechante- no disuelva los sueños de los artistas que son. Bajo la dirección de Jorge Hugo Marín, presentaron su montaje de El Palmeral en el Festival Internacional de Teatro de Bogotá de 2021, un espectáculo que fue posible gracias al proyecto Cruce de Pensamientos impulsado por instituciones municipales de la capital colombiana, con la idea de abrir otro puente entre su teatro y el nuestro. Marín describe la obra de Albert Tola como “una obra simbólica, metafórica y poética que se basa en la narraturgia, en la exploración del texto. Es un gran cambio para nosotros. Nos estamos reinventando: pasamos de obras centradas en la acción a una pieza que se basa en la palabra”.

Sinopsis

Para trazar una sinopsis de la obra debemos viajar 1000 años atrás. España no existía, lo que había en la península ibérica entonces se llamaba Al-Ándalus, un territorio que vive en aquel tiempo un periodo de guerras civiles que culmina en la desmembración que conocemos como reinos de taifas. En ese allí y entonces, un funcionario de una pequeña corte, el historiador y poeta Abu Hâssan, se enamora de un soldado, Tahir, y como consecuencia de esta pasión ambos son degollados públicamente en un palmeral. Podríamos decir que hoy ya no se mata -con escarnio público incluido- a las personas que deciden libremente cómo y a quién amar. Pero no hemos evolucionado tanto mil años después. El que denuncia a Hâssan es Khalid, su discípulo y cuñado de Tahir, hermano de la esposa de éste, Aisha. El castigo dictado debe ser ejemplar, por ser Hâssan funcionario del taifa. Primero verá cómo matan a su amante y luego lo matarán a él. Entre una ejecución y otra discurre esta pieza, narrada, como lo definen los propios responsables del montaje, a través de un caleidoscópico ‘rashomon’ de siete voces que cuentan la historia con el fin de reconciliarse con el dolor que ha provocado, de comprender y arrojar luz. De cicatrizar, quizás. No está de más perseverar, también en este ejercicio de mirar detrás de una simple sinopsis para comprobar todo lo que pone en juego la tentativa por parte de una compañía colombiana de escenificar el texto de un autor catalán que escribe sobre algo que ocurrió mil años atrás. Algo que sigue siendo válido para provocar el reflejo catártico.

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Sinopsis

Para trazar una sinopsis de la obra debemos viajar 1000 años atrás. España no existía, lo que había en la península ibérica entonces se llamaba Al-Ándalus, un territorio que vive en aquel tiempo un periodo de guerras civiles que culmina en la desmembración que conocemos como reinos de taifas. En ese allí y entonces, un funcionario de una pequeña corte, el historiador y poeta Abu Hâssan, se enamora de un soldado, Tahir, y como consecuencia de esta pasión ambos son degollados públicamente en un palmeral. Podríamos decir que hoy ya no se mata -con escarnio público incluido- a las personas que deciden libremente cómo y a quién amar. Pero no hemos evolucionado tanto mil años después. El que denuncia a Hâssan es Khalid, su discípulo y cuñado de Tahir, hermano de la esposa de éste, Aisha. El castigo dictado debe ser ejemplar, por ser Hâssan funcionario del taifa. Primero verá cómo matan a su amante y luego lo matarán a él. Entre una ejecución y otra discurre esta pieza, narrada, como lo definen los propios responsables del montaje, a través de un caleidoscópico ‘rashomon’ de siete voces que cuentan la historia con el fin de reconciliarse con el dolor que ha provocado, de comprender y arrojar luz. De cicatrizar, quizás. No está de más perseverar, también en este ejercicio de mirar detrás de una simple sinopsis para comprobar todo lo que pone en juego la tentativa por parte de una compañía colombiana de escenificar el texto de un autor catalán que escribe sobre algo que ocurrió mil años atrás. Algo que sigue siendo válido para provocar el reflejo catártico.

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