Se cumplen 50 años del golpe cívico-militar que derrocó el esperanzador gobierno de Salvador Allende en Chile y que trajo una de las dictaduras más terribles del convulso siglo XX en Latinoamérica.
Con esta efeméride sobre la mesa, Guillermo Calderón retoma una de sus obras más celebradas, Villa, que estrenó en 2011. Chile ha cambiado mucho en estos 50 años, valga la perogrullada. Pero también entre 2011 y 2023. Cuando se escribía esta obra, el país trasandino vivía, con la crisis económica mundial, un momento de alternancia política con los gobiernos de Michelle Bachelet y Sebastián Piñera. Hoy, como resultado de las intensas y decisivas movilizaciones que empezaron en 2019, gobierna Gabriel Boric.
Sinopsis
Villa es una obra que apunta directa a una herida todavía sangrante en este país: la dictadura de Pinochet y lo que supuso Villa Grimaldi, un lugar en la periferia de la capital chilena donde se instaló en 1973 el Cuartel Terranova, centro de detención, tortura y exterminio de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA). Unas 5000 personas pasaron por allí en algún momento y todavía hay 211 desaparecidas. La propia presidenta Michelle Bachelet fue detenida y torturada allí junto a su madre. Desde 1997, en aquel lugar está el Parque por la Paz Villa Grimaldi y en 2004 fue declarado Monumento Histórico Nacional. Cómo se gestiona la memoria, por trágica que sea, es también parte de la identidad de una nación y de sus habitantes.
Y de eso va Villa, la obra de Guillermo Calderón, de cómo gestionar la memoria, de cómo enfrentarla, de las contradicciones que supone, de los sentimientos que pone en juego. Tres mujeres debaten diferentes alternativas para remodelar Villa Grimaldi. Las opciones son reconstruir la casa demolida por los militares o construir un museo moderno. El problema es difícil de resolver y expresa las discusiones reales que atraviesan las organizaciones de derechos humanos que intentan defender la memoria de las víctimas de la dictadura. Montaje de escueta teatralidad que también dirige Calderón con el estilo que ayudó a darlo a conocer como una voz escénica genuina, las tres mujeres protagonistas, que no se conocen entre sí, son interpretadas por tres actrices bárbaras, sin que les haga falta aparataje alguno, ni vestuarios, ni maquillajes, ni escenografías ni espacios sonoros. A pelo, con la crudeza que el propio tema de la función expone. Y esa coloquialidad poética que supura el texto, ese ritmo de conversación impulsiva que arde en el cuerpo y la palabra de las intérpretes.
La obra arranca con una votación y ya ahí se despliegan las primeras discordancias. Con feroz lucidez, Calderón hace escuchar lo que no gusta oír, hace pensar sobre lo que no gusta enfrentar, porque se diría que hay cuestiones superadas en las que todos deberíamos estar de acuerdo, pero no. Las hostilidades, las suspicacias y hasta las vergüenzas que exponen esas tres mujeres anidan en el espectador, sea chileno o no, que el que más o el que menos tiene una memoria común llena de aristas complicadas. Y ya sabemos, nada es blanco o negro y la escala de grises viene muy bien en los tiempos de extrema polarización que vivimos. ¿Qué hacer con la villa? ¿Qué hacer con un legado engorroso y triste que, sin embargo, no podemos olvidar? ¿Qué hacemos con el recuerdo que duele? ¿Qué sentido tiene el pasado para el presente?
