Love Me es una propuesta escénica de Marina Otero y Martín Flores Cárdenas.
El espectáculo hace uso de luces estroboscópicas.
Sinopsis
Love Me, la última obra hasta la fecha de Marina Otero, en este caso escrita junto a Martin Flores Cárdenas, vino después de Fuck Me. Después del sexo, el amor. El sexo es cuerpo. El amor no es tanto cuerpo como tiempo. El reverso de la fuerza. El cuidado. Todo el proceso creativo de Fuck Me tuvo lugar en la cama, pero no porque Marina estuviera cogiendo (fornicando, jodiendo, folgando, trajinando) sin parar, sino porque estaba en el hospital después de ser operada de una grave lesión de la columna vertebral: “Me grababa audios porque no podía sentarme a escribir. Tampoco pude aprenderme los textos de memoria. Iba de la cama al ensayo y del ensayo a la clínica. Le puse Fuck Me porque durante ese proceso nunca cogí”. Fuck Me se estrenó justo antes del parón pandémico, durante el cual Marina se recuperó y empezó a subirse por las paredes, claro. Así que llamó a su amigo Tato, el dramaturgo y director también argentino Martín Flores Cárdenas, y empezaron a hablar de hacer algo, y juntos establecen la forma y la estructura de una obra en la que el riesgo, de pronto, está no tanto en el extremismo físico, sino en la radical quietud. Se llamó Love Me.
“Tato tiene otra personalidad -cuenta Marina- es más tranquilo, le gusta encontrarse, comer… quienes venimos de la danza tenemos otra energía, siempre poniendo el cuerpo. Y él proponía dejar el cuerpo a un lado y conectarse con cierta vagancia, cierto placer. Y algo de eso hizo que apareciera la quietud y fue surgiendo el texto mientras charlábamos y vivíamos en medio de esa situación tan rara de la pandemia. Era como una traducción de esa imposibilidad de moverse, de verse. Así fue como sale la idea de estar quieta y en esa quietud decido también hablar de la violencia que yo había vivido en mi casa y la violencia que yo tengo dentro y de la que casi no me hacía cargo. Más allá de la ficción o la realidad, me interesaba exponer la violencia femenina, huir de esa corrección política del feminismo donde la mujer es la víctima y es buena como único rol. Y no, nosotras por acontecimientos relacionados con el machismo, tenemos oscuridades, violencias, traemos una historia y hay que hablar de eso, de nuestro dolor y del mal que hacemos también”.
El bisabuelo de Marina era español, gallego para más señas. Él se fue a Argentina buscando una posibilidad de futuro. Ahora es ella quien viene a España, a Europa, por lo mismo. Love Me también es una despedida de Buenos Aires y en ese doble movimiento de desarraigo y búsqueda de una vieja raíz familiar en otro continente, se revela una doble lectura o dos formas de leer la violencia. Una tiene que ver con la violencia ejercida por su propio bisabuelo, que pegaba a su mujer y, para no matarla, como dice Marina, la abandonó y volvió a España para morir aquí solo. Otra es la violencia de los movimientos migratorios, todos esos sinsabores, rencores, odios, injusticias que abonan relaciones tensas, que demuestran lo difícil que le es al ser humano convivir con el otro que es como él y no. Marina Otero se viene a vivir a Madrid en busca del origen de esas violencias, mientras su práctica artística empieza a llamar la atención en los santuarios de la creación escénica contemporánea del viejo continente. Francia, Suiza, Italia, Bélgica, además de España, llaman a su puerta. ¿Tiene miedo? “No sé… me está costando mucho… no tanto haberme venido, no tengo dudas sobre esa decisión, pero hay algo que vengo pensando últimamente: aunque el cuerpo se traslade y los contextos sean distintos, hay algo de adentro que nunca cambia, ese dolor o ese sistema en el que la mente organiza las cosas es el mismo, y aunque quieras trabajar, aunque quieras deformar, aunque quieras transformar, hay algo que hagas lo que hagas siempre va a estar. En eso pienso mucho ahora. Pero hay que seguir viendo la forma de vivir de la mejor manera posible, porque para mí el arte fue siempre como una salvación ante lo imposible de la vida, y hay que tratar de que la vida también sea posible”.
A partir de 18 años
Love Me, la última obra hasta la fecha de Marina Otero, en este caso escrita junto a Martin Flores Cárdenas, vino después de Fuck Me. Después del sexo, el amor. El sexo es cuerpo. El amor no es tanto cuerpo como tiempo. El reverso de la fuerza. El cuidado. Todo el proceso creativo de Fuck Me tuvo lugar en la cama, pero no porque Marina estuviera cogiendo (fornicando, jodiendo, folgando, trajinando) sin parar, sino porque estaba en el hospital después de ser operada de una grave lesión de la columna vertebral: “Me grababa audios porque no podía sentarme a escribir. Tampoco pude aprenderme los textos de memoria. Iba de la cama al ensayo y del ensayo a la clínica. Le puse Fuck Me porque durante ese proceso nunca cogí”. Fuck Me se estrenó justo antes del parón pandémico, durante el cual Marina se recuperó y empezó a subirse por las paredes, claro. Así que llamó a su amigo Tato, el dramaturgo y director también argentino Martín Flores Cárdenas, y empezaron a hablar de hacer algo, y juntos establecen la forma y la estructura de una obra en la que el riesgo, de pronto, está no tanto en el extremismo físico, sino en la radical quietud. Se llamó Love Me.
“Tato tiene otra personalidad -cuenta Marina- es más tranquilo, le gusta encontrarse, comer… quienes venimos de la danza tenemos otra energía, siempre poniendo el cuerpo. Y él proponía dejar el cuerpo a un lado y conectarse con cierta vagancia, cierto placer. Y algo de eso hizo que apareciera la quietud y fue surgiendo el texto mientras charlábamos y vivíamos en medio de esa situación tan rara de la pandemia. Era como una traducción de esa imposibilidad de moverse, de verse. Así fue como sale la idea de estar quieta y en esa quietud decido también hablar de la violencia que yo había vivido en mi casa y la violencia que yo tengo dentro y de la que casi no me hacía cargo. Más allá de la ficción o la realidad, me interesaba exponer la violencia femenina, huir de esa corrección política del feminismo donde la mujer es la víctima y es buena como único rol. Y no, nosotras por acontecimientos relacionados con el machismo, tenemos oscuridades, violencias, traemos una historia y hay que hablar de eso, de nuestro dolor y del mal que hacemos también”.
El bisabuelo de Marina era español, gallego para más señas. Él se fue a Argentina buscando una posibilidad de futuro. Ahora es ella quien viene a España, a Europa, por lo mismo. Love Me también es una despedida de Buenos Aires y en ese doble movimiento de desarraigo y búsqueda de una vieja raíz familiar en otro continente, se revela una doble lectura o dos formas de leer la violencia. Una tiene que ver con la violencia ejercida por su propio bisabuelo, que pegaba a su mujer y, para no matarla, como dice Marina, la abandonó y volvió a España para morir aquí solo. Otra es la violencia de los movimientos migratorios, todos esos sinsabores, rencores, odios, injusticias que abonan relaciones tensas, que demuestran lo difícil que le es al ser humano convivir con el otro que es como él y no. Marina Otero se viene a vivir a Madrid en busca del origen de esas violencias, mientras su práctica artística empieza a llamar la atención en los santuarios de la creación escénica contemporánea del viejo continente. Francia, Suiza, Italia, Bélgica, además de España, llaman a su puerta. ¿Tiene miedo? “No sé… me está costando mucho… no tanto haberme venido, no tengo dudas sobre esa decisión, pero hay algo que vengo pensando últimamente: aunque el cuerpo se traslade y los contextos sean distintos, hay algo de adentro que nunca cambia, ese dolor o ese sistema en el que la mente organiza las cosas es el mismo, y aunque quieras trabajar, aunque quieras deformar, aunque quieras transformar, hay algo que hagas lo que hagas siempre va a estar. En eso pienso mucho ahora. Pero hay que seguir viendo la forma de vivir de la mejor manera posible, porque para mí el arte fue siempre como una salvación ante lo imposible de la vida, y hay que tratar de que la vida también sea posible”.
- Dirección:
- Autoría:
- Iluminación:
Matías Sendon - Fotografía:
Nora Lezano - Producción ejecutiva:
Mariano de Mendonça
Casa Teatro Estudio