Sasha Waltz & Guests: In C

Sasha Waltz & Guests: In C

In C, la pieza que nos trae Sasha Waltz en esta ocasión, y conociendo todo lo que hay detrás de su creación. Es un proyecto que empezó a pensarse y fraguarse en aquellos ya lejanos meses de confinamiento, y su primera puesta en escena fue digital. Una de las preguntas que se hacía Waltz entonces era: ¿Cómo reinventar el teatro en un mundo digital? Y lo cierto es que, reconquistada la libertad de movimiento, la pieza acabó transformada en la coreografía abierta, colorista y luminosa que hoy es. Queda la duda de si las artes escénicas admiten algún tipo de renovación encapsuladas en una pantalla, contraviniendo su esencia.

Sinopsis

Sea como sea, a la artista alemana se le ocurrió una idea a partir de la revolucionaria partitura de Terry Riley que lleva el mismo título, In C, de 1964. Se trata de una obra emblemática del que es considerado el padre de la música minimalista, una partitura abierta compuesta por 53 frases musicales que pueden ser tocadas libremente dentro de una estructura fija. Y pese a esta estructura fija, cualquier interpretación es diferente a las demás. Cada intérprete disfruta de una libertad propia de ejecución, condicionada por el conjunto. Es como la libertad del individuo, que acaba cuando perjudica a otro miembro del grupo. Como la propia coreógrafa indica, se trata de ser parte de un grupo como individuo, no ser un individuo aislado en un grupo. Lo que viene siendo la democracia. Sasha Waltz imaginó entonces un sistema coreográfico adaptable compuesto de las mismas 53 variaciones y reprodujo el sistema musical de Riley cambiando los instrumentos musicales por cuerpos. El resultado es tan hipnótico como la propia música, una suerte de trance en el que zambullirse disfrutando de esas piezas de color que se mueven sobre un escenario desnudo.

En ese movimiento está también la búsqueda de respuestas a muchas preguntas que se hace la propia creadora: ¿Cómo abrir las artes a la participación de todos y todas? ¿Cómo encontrarnos en nuestras comunidades? ¿Cuánto espacio ocupas y das a los demás? ¿Cómo se puede seguir a los demás y, al mismo tiempo, generar nuevos impulsos? ¿Cómo ceder y liderar al mismo tiempo? ¿Cómo disfrutar de tu libertad en sociedad sin dañar a los otros? La gloriosa manía de hacerse preguntas no debería acabarse nunca, lo mismo que In C no es una pieza que tenga un final, sino que se presenta como un work in progress, una improvisación sometida a ciertas reglas, un sistema dinámico y modular que aspira en un futuro a ser bailado por profesionales y aficionados, por jóvenes y mayores, en interiores y en exteriores. Como la propia Waltz la define, es “una herramienta para bailar juntos y tender puentes entre generaciones, formas artísticas, estilos de danza, clases sociales o fronteras nacionales”. En definitiva, es la materialización de una formato interdisciplinar que ella empezó a concebir en aquel lejano 1992, cuando las grietas de la Europa dividida comenzaban a cerrarse, y que llamó Dialoge. Sasha Waltz ha dialogado con los cientos de invitados que han participado en sus creaciones, ha dialogado, desde la danza, con el teatro, con el cine, con la ópera, con los museos, con los niños, con las calles, con los desfavorecidos, con los extranjeros, con el pasado, con el presente y con el futuro. Estamos de enhorabuena, porque podemos ser parte de un diálogo continuo que, sin duda, nos hace mejores.

Duración:
Sinopsis

Sea como sea, a la artista alemana se le ocurrió una idea a partir de la revolucionaria partitura de Terry Riley que lleva el mismo título, In C, de 1964. Se trata de una obra emblemática del que es considerado el padre de la música minimalista, una partitura abierta compuesta por 53 frases musicales que pueden ser tocadas libremente dentro de una estructura fija. Y pese a esta estructura fija, cualquier interpretación es diferente a las demás. Cada intérprete disfruta de una libertad propia de ejecución, condicionada por el conjunto. Es como la libertad del individuo, que acaba cuando perjudica a otro miembro del grupo. Como la propia coreógrafa indica, se trata de ser parte de un grupo como individuo, no ser un individuo aislado en un grupo. Lo que viene siendo la democracia. Sasha Waltz imaginó entonces un sistema coreográfico adaptable compuesto de las mismas 53 variaciones y reprodujo el sistema musical de Riley cambiando los instrumentos musicales por cuerpos. El resultado es tan hipnótico como la propia música, una suerte de trance en el que zambullirse disfrutando de esas piezas de color que se mueven sobre un escenario desnudo.

En ese movimiento está también la búsqueda de respuestas a muchas preguntas que se hace la propia creadora: ¿Cómo abrir las artes a la participación de todos y todas? ¿Cómo encontrarnos en nuestras comunidades? ¿Cuánto espacio ocupas y das a los demás? ¿Cómo se puede seguir a los demás y, al mismo tiempo, generar nuevos impulsos? ¿Cómo ceder y liderar al mismo tiempo? ¿Cómo disfrutar de tu libertad en sociedad sin dañar a los otros? La gloriosa manía de hacerse preguntas no debería acabarse nunca, lo mismo que In C no es una pieza que tenga un final, sino que se presenta como un work in progress, una improvisación sometida a ciertas reglas, un sistema dinámico y modular que aspira en un futuro a ser bailado por profesionales y aficionados, por jóvenes y mayores, en interiores y en exteriores. Como la propia Waltz la define, es “una herramienta para bailar juntos y tender puentes entre generaciones, formas artísticas, estilos de danza, clases sociales o fronteras nacionales”. En definitiva, es la materialización de una formato interdisciplinar que ella empezó a concebir en aquel lejano 1992, cuando las grietas de la Europa dividida comenzaban a cerrarse, y que llamó Dialoge. Sasha Waltz ha dialogado con los cientos de invitados que han participado en sus creaciones, ha dialogado, desde la danza, con el teatro, con el cine, con la ópera, con los museos, con los niños, con las calles, con los desfavorecidos, con los extranjeros, con el pasado, con el presente y con el futuro. Estamos de enhorabuena, porque podemos ser parte de un diálogo continuo que, sin duda, nos hace mejores.

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