Julia Nicolau es una artista madrileña con raíces alicantinas que baila, actúa, canta y toca la flauta travesera. Y todavía somos es, explicado con sus propias palabras, “movimiento, articulación y pausa”, tres elementos que “sustentan la coreología de esta pieza y que me acercan a esta des-subjetivación, a este silencio y a este encuentro con la vejez”. Porque Y todavía somos investiga sobre cómo el desgaste corporal que da el paso del tiempo a las personas, hace desaparecer el potencial articulatorio del cuerpo. Se presenta como una pieza de teatro físico donde Nicolau ha volcado todas las herramientas de que dispone como artista: música y movimiento, a través de un loop station con el que graba y reproduce la música que ejecuta en directo y su propia voz; palabra y cuerpo y palabra como música a partir de testimonios reales convertidos en una melodía sobre la que construir su danza.

 

Sinopsis

Los tres elementos que, como decíamos antes, sustentan esa coreología, se traducen en tres edades, tres momentos humanos sin retorno. El movimiento es la juventud, movimiento entendido como deseo, deseo de moverse sin parar y no perecer, no envejecer. Cuando uno es joven no piensa que pueda hacerse viejo, lo puede todo. A través de una serie de entrevistas con personas de su entorno, hablando de lo que supone la vejez, Julia llevó a cabo “una investigación basada en el timbre -explica-, el cariz específico de cada voz y sus relatos. Trabajé a partir de ahí el cuerpo a nivel óseo, el bailar desde los huesos, el movimiento impulsivo del cuerpo joven”. La articulación, como segundo elemento de esa tríada, es la toma de conciencia, porque a medida que nuestras articulaciones van reduciendo el rango de sus movimientos, empezamos a tomar conciencia de que el tiempo ha pasado por nuestro cuerpo y que la juventud va quedando atrás. “A nivel físico, construí una partitura corporal mediante la correlación de las cadenas musculares. Una coreografía sin otra justificación que desbordar los límites formales del cuerpo a través del movimiento articulatorio”. La pausa, por último, es la propia vejez, la espera, el tedio, lo que se estanca, lo que redunda. “La pausa se presenta como un ejercicio abstracto llevado a cabo sobre una entidad coreográfica singular y muy concreta: la ausencia de movimiento, sonido o la ruptura de la solemnidad en la acción performativa”. La pieza se cierra con un epílogo que es una especie de monólogo hablado con el cuerpo. Y hay una entrega consciente al público de todo el material para que su interpretación, la de cada espectador, termine de construir el espectáculo.

Duración:
Sinopsis

Los tres elementos que, como decíamos antes, sustentan esa coreología, se traducen en tres edades, tres momentos humanos sin retorno. El movimiento es la juventud, movimiento entendido como deseo, deseo de moverse sin parar y no perecer, no envejecer. Cuando uno es joven no piensa que pueda hacerse viejo, lo puede todo. A través de una serie de entrevistas con personas de su entorno, hablando de lo que supone la vejez, Julia llevó a cabo “una investigación basada en el timbre -explica-, el cariz específico de cada voz y sus relatos. Trabajé a partir de ahí el cuerpo a nivel óseo, el bailar desde los huesos, el movimiento impulsivo del cuerpo joven”. La articulación, como segundo elemento de esa tríada, es la toma de conciencia, porque a medida que nuestras articulaciones van reduciendo el rango de sus movimientos, empezamos a tomar conciencia de que el tiempo ha pasado por nuestro cuerpo y que la juventud va quedando atrás. “A nivel físico, construí una partitura corporal mediante la correlación de las cadenas musculares. Una coreografía sin otra justificación que desbordar los límites formales del cuerpo a través del movimiento articulatorio”. La pausa, por último, es la propia vejez, la espera, el tedio, lo que se estanca, lo que redunda. “La pausa se presenta como un ejercicio abstracto llevado a cabo sobre una entidad coreográfica singular y muy concreta: la ausencia de movimiento, sonido o la ruptura de la solemnidad en la acción performativa”. La pieza se cierra con un epílogo que es una especie de monólogo hablado con el cuerpo. Y hay una entrega consciente al público de todo el material para que su interpretación, la de cada espectador, termine de construir el espectáculo.

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