A veces el compromiso no es suficiente. Y tampoco el racismo y la búsqueda de identidad. Ni siquiera la honestidad. Mi día a día es parecido al de Carlos (Albert Salazar), el protagonista de A. K. A (Also Known As): cole, monopatín, móvil, música, cena, cole, monopatín, móvil, música, cena. ¡Y hasta se enamora! Aunque en mi caso, sustituyo el cole y el monopatín por el trabajo y las clases; una rutina absorbente que suena a normalidad. Pero yo soy una mujer española (y residente), de padres españoles y blanca. Y él, de origen árabe y adoptado por una familia de padre murciano y madre norteña, así que hay aún más distancia entre lo que es y lo que la determina la sociedad que es.
La ganadora de dos Premios Max (autoría revelación y actor protagonista) indaga en la xenofobia, la amistad, el clasismo, las redes sociales, el primer amor y los prejuicios que decimos no tener y practicamos a diario.
El monumental trabajo físico de Salazar machaca la cuarta pared desde la primera frase. A lo largo de la función baila, corre, circula en monopatín, se cambia de ropa, hace el pino, se retuerce en el suelo, ríe, llora… Su vitalidad me hace temblar, pero el recital de emociones se resbala por mi cuerpo. Las palabras de Daniel J. Meyer rebotan por la sala del Teatro de La Abadía. Nada. Ni una sola bala atraviesa mi cuerpo. Mi alma es inmune. Escucho carcajadas y llantos, pero mi gesto no se altera. Ahora yo también soy cómplice y hasta testigo.