Los clásicos, aunque sean contemporáneos, lo son precisamente por la excelente capacidad de vincular al espectador con las emociones y los dilemas humanos más elementales. Àlex Rigola firma la dirección de esta adaptación libre de Hedda Gabler, que se suma a la lista de versiones teatrales, audiovisuales y literarias que se han realizado a partir del texto que Henrik Ibsen estrenó en 1891.
Cuando el espacio físico queda reducido a lo más elemental —una estructura cúbica de madera lisa, con los bancos justos para que se siente el público—, la atención se centra en los detalles de los gestos, en cada palabra de los diálogos. Además, los integrantes de la compañía Heartbreak Hotel, que no se cambian los nombres para dar vida a los personajes, no abandonan el espacio escénico durante la hora y pico que dura el montaje, lo que hace que el espectador esté bien atento para captar miradas, expresiones, puestos.
El espectáculo tiene una virtud principal, y es que engancha el público dentro de una historia que todo el mundo llega a sentirla suya, por la proximidad que genera la puesta en escena: sin dramas recargados, la empatía con personas que están a un palmo de distancia es casi automática. El defecto básico, por el contrario, es la simplificación del texto original, probablemente excesiva, que hace perder algunos matices de peso y reduce las acciones de personajes muy complejos en situaciones que pueden parecer tan solo cínicas.