Allá por el año 75, la censura cambió la letra de Mi querida España de Cecilia. Me dice mi madre mientras aplaudimos de pie al terminar de ver el ensayo general de Altsasu y suena esa canción. 50 años después, los gritos, los discursos y las manifestaciones contra una ficción representada en un teatro persiguen el mismo objetivo. O peor. Pero esta vez, no ha sucedido la cancelación de las palabras y el espectáculo sigue representándose con entradas agotadas y lágrimas de emoción en el Teatro de La Abadía y con un director al frente que defiende que “un teatro es un lugar para la paz y la libertad”.
No se puede abordar este montaje sin que la política haga una aparición triunfal en él. Y es necesario, no lo neguemos. Como también lo es introducir una parte de humanidad, de diálogo y de responsabilidad ante lo que nos ocurre con esta pieza, ante lo que ocurrió y ante lo que nos traspasa, para bien y para él, acercándonos a los hechos que tuvieron lugar aquel 15 de octubre de 2016. La compañía La Dramática Errante es magnífica en hacer pensar durante hora y media, y más allá del rato de función, en aquello que nos resulta lejano, pero es real y en lo que tenemos que seguir hablando.
Aitor Borobia, Nagore González, Ane Pikaza y Egoitz Sánchez se desenvuelven con una soltura que destaca bastante en la Sala José Luis Alonso. Es normal, ya tienen la obra rodada. E imagino que antes de eso, pensada, imaginada, reflexionada y sin terminar de cerrar del todo, pues es esta una oportunidad especial para seguir nutriendo a la puesta en escena de más, conforme más público pase por el teatro a verla. Este elenco me gusta especialmente porque no noto distancia. Al término de la función, no hay escenario y patio de butacas, sino un espacio conjunto en el que hay conversación y nos unimos en una sociedad mejor.