Detrás de un cartel horroroso se esconde… un monólogo que promete y llega a sorprender, pero también puede llegar a asquear.
Seré una señora revenía, pero a mí que me hablen de cosas escatológicas sin previo aviso, pues como que no. Y que se regodeen en el asunto, y duro, y dale, durante buena parte del monólogo, pues me asquea. Más que nada, porque no tengo escapatoria. Y me da igual si el temita viene empaquetado con humor o lo firma el último premio nacional de teatro. Generar asco, por el asco, nunca lo he entendido. Y no me gusta.
Por otro lado, el monólogo se regodea en las frikis que puedes encontrar en la red social. No digo que no las haya. Pero, ¿hello? ¿No hay también personitas del género masculino a quienes «tiruriru» algo les falla en esa cabecita? Vamos, anécdotas al respecto, a mí no me faltan. Me gustó que intercalara vivencias personales (inventadas o reales) que le daban bastante soltura.
Y ya para rematar voy a decir algo bonito, que parece que vengo con la escopeta bien cargadita. Y lo cierto es que, aun con todo, me reí. No todo el rato, pero me reí. Me agradó especialmente la parte de juego con el público. Improvisar es todo un arte y Andreu Casanova lo domina.
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