Pablo Remón lleva varios años buceando en las zonas más oscuras y dolorosas de las relaciones humanas. Anteriormente hurgó en los entresijos de unos hermanos («La abducción de Luis Guzmán», una joya que no se borra de la cabeza) y en la mierda de una familia políticamente correcta («40 años de paz», otra bomba a la mugre oculta en todas las cenas de Nochebuena). Ahora salta de la familia a la pareja.
Si Pinter hubiera nacido en 1977 y en vez de inglés fuera de la Elipa habría escarbado con la misma acidez que Remón. Porque una pareja, incluso un matrimonio es un caldo de cultivo perfecto para buscar gusanos, podredumbres, mentiras, sueños rotos y por qués.
Emilio y Fernanda, Fernanda y Emilio se tiran una hora larga jugando a intentar descubrir «qué ha podido pasar para que lo nuestro haya llegado a esto». Aunque ya es tarde. La cuenta atrás final ya ha acabado y ni el Lancia ni el Toyota lo van a arreglar. El cansancio, la rutina, la pus, la dejadez son insalvables. Y al mundo lo sostiene una tortuga, fíjate tú.
Emilio Tomé y Fernanda Orazi, el uno y la otra, tl para cual, dos monstruos con una valentía descomunal que juegan a bucear en la derrota, el terreno más peligroso que puede tener una pareja. Y juegan a reconstruir un pasado. A buscar «qué pudo pasar». Pero con detalles concretos, que si no, no vale, jodío, que si no parece que te lo inventas.
Corran, vuelen, salten, maten, peor no se pierdan esta pieza delicada y sobrecogedora sobre el fracaso y el intento de reconstrucción. Es como el paisaje de España a través de un caleidoscopio con forma de tortuga. Una puta obra maestra.
Pronto podrás leer mi comentario completo en mi blog, DESDEELPATIO.