No voy a negar que me resistí a ir a ver esta función al principio. Me pasa a menudo con las obras de Lorca. Cuando las tienes tan montadas en tu cabeza, tras años visitándolas, te da miedo no ir con la mente abierta, o a tabula rasa, a ver las diferentes propuestas. Además, pensar en hacer una continuación de La casa de Bernarda Alba es puro atrevimiento. Pero, si a ti te pasa lo mismo, no tardes tanto en verla, porque si no aguanta en cartelera, te podrás arrepentir.
¿Quién se puede permitir entrar en el universo Lorquiano de esa mujer que todos tenemos en la cabeza y que tantas veces hemos visto? Efectivamente, solo una actriz que la haya interpretado muchos años. Pilar Ávila es actriz y directora de teatro, que, bajo la mirada del maestro Manuel Galiana, ha encarnado durante más de cinco años el papel de Bernarda en Estudio 2. La inteligencia dramática de Ávila, no ha estado en intentar hacer una segunda parte de la tragedia de Lorca. Lo que ha intentado es darse respuesta ella misma, al gran número de incógnitas que rodea al personaje y a la función. Una pieza por todos conocida, pero creo que por pocos habitada.
Las actrices que se hayan tenido que meter en la piel de Bernarda y sus hijas, Poncia o María Josefa, saben que el granadino deja un camino de migas de pan a través de las palabras, siempre henchidas de significado, para que puedas ir más allá de lo que cuenta el drama. La casa de Bernarda Alba está abierta a más planos ficcionales, otra cosa es que seamos valientes para indagarlos. Pilar Ávila lo ha sido y ha acertado con su propuesta.
Bernarda y Poncia (Silencio, nadie diga nada) es una función que trata de arrojar luz a cuestiones que todos nos hemos hecho alguna vez: ¿Qué pasa con las hijas de Bernarda tras la muerte de Adela?¿Y Pepe, el Romano? ¿Cuántos años vive María Josefa? ¿Por qué Poncia sigue bajo un techo que le oprime igual que a las hijas de Bernarda? Pero, además, Ávila se pregunta, en este texto, lo que solo puede hacer una actriz que interpreta a Bernarda: ¿De dónde viene la dureza de esa madre? ¿Fue feliz alguna vez? ¿Estaba enamorada del padre de Angustias? ¿Qué la une a Poncia? ¿Cómo fue su adolescencia o su primer amor? ¿Quiere tener nietos? Todas estas incógnitas serán resueltas en la función y no decepcionan. Siguen una lógica dentro del universo de la trama de la obra original. También consigue mantener la forma de hablar de los personajes, los silencios, los tempos… Es, sin duda, un ejercicio dramático admirable.
Realmente, como espectador, crees que esa continuación puede ser verdadera. Mientras que uno oye a los dos personajes que integran la función, en ningún momento te planteas que eso no podría ser así. La inteligencia está también en no hacer esta «segunda parte» días o meses después. La trama arranca 8 años desde la muerte de Adela. Esto le permite, como dramaturga, tomar distancia y no contar tanto lo que se desencadena tras ese episodio, sino buscar en preguntas anteriores que hicieran que el final de Bernarda, el de la función y el del personaje, fuera el que es.
Las actrices trabajan honestas, sin artificios, con verdad, algo que se agradece siempre. Hay algo íntimo en la propuesta. Solo ellas y la palabra. Con una comunicación entre ambas lógica tras tantos años interpretando a los dos personajes, que ayuda a mantener la tensión. Y se agradece los pequeños atisbos de humor, con que Pilar Civera ha construido su Poncia; que dan respiro al público ante la intensidad del montaje.
Los amantes de Lorca tienen una «joyita» en la sala Lola Mebrives del Teatro Lara. Y los que no se vuelven locos con el granadino, tienen la oportunidad de acercarse a él desde otro lugar. Creo que es una función que debería tener un amplio recorrido en la cartelera.