Cuando la Casa de Bernarda Alba alcanza su momento álgido, muere Adela y Bernarda se queda con sus otras tres hijas y con su fiel sirvienta, Poncia. Una obra capital de Federico García Lorca, que marca su fin con el paso de la última página. Pero, ¿qué pasaría si miráramos en qué están sus protagonistas casi una década después de ese final trágico? No es común el concepto de spin off en el teatro o la literatura clásica, esa historia que se extiende una vez concluida para destapar el presente y el devenir de sus personajes. Es un claro gancho para los grandes productos audiovisuales, que dejan preguntas abiertas a sus seguidores, pero quizás no es lo más habitual para las grandes historias de la literatura universal que, en su propia perfección, parecen encontrar es sus cierres algo casi sagrado e imperturbable. Es por eso que la obra Bernarda y Poncia (Silencio, nadie diga nada), de Encina Teatro, resulta tan especial. Este trabajo sublime escrito por Pilar Ávila, que interpreta a la matriarca Bernarda Alba, cumple desde lo más profundo, al reabrirnos esa mirilla ocho años después de que la novela del poeta granadino viera su final. En este ejercicio de elucubración, la escena íntima nos muestra un día en la rutina de Bernarda que, en sus últimos alientos, se reconcilia con su historia y deja cerrados todos sus pendientes antes de irse. Vigilada y atendida por Poncia, su fiel compañera, este reclamo calmado de realidad nos destapa la crudeza de la vejez, de la soledad, del silencio de las casas que retumban en pobreza y hambre después de la guerra. Pudiera parecer que es una perversión reabrir y tratar de reescribir y continuar a Lorca, pero el ejercicio se convierte en algo sano y real, a través de un extraordinario juego de referencias a la obra del autor bajo un marco histórico coherente y real. Gran burbuja del tiempo, explotada en la intimidad solo para nosotros.
Extraordinario spin off de Lorca
Bernarda y Poncia (silencio, nadie diga nada)
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