Incómoda, culpable y con la consciencia removida. Así es como una servidora salió de ver el nuevo espectáculo de la compañía No es país para negras. Y no era para menos. Blackface y otras vergüenzas es una obra que pretende crear consciencia en sus espectadores y poner en duda la idea preconcebida que ha tenido la sociedad en ciertos aspectos, ya sea por tradición o desconocimiento.
Oda Mae Brown –sí, como Whoopi Goldberg en Ghost– es la protagonista y, como en la película, es una vidente que deja su cuerpo a personas muertas que tienen alguna cosa que explicar. Principalmente, estas voces pertenecen a mujeres negras que quieren explicar su historia. Pasamos pues, de la negra Tomasa a Sara Baartman (la venus negra), rememorando vivencias de mujeres que fueron violentadas, vejadas, utilizadas y ridiculizadas por ser, además de mujeres, negras. Pero aquí no queda la cosa, ya que también hay momentos para las voces negras masculinas, una de las que más impacta: la de “El negro de Banyoles”.
Silvia Albert Sopale es la encargada de dar vida al espectáculo (creadora e intérprete) y se deja el alma para transmitir al espectador hasta la última brizna de emoción. Reímos con Tomasa, padecemos con Sara y nos indignamos con la figura de Banyoles. La fuerza de las historias y su interpretación conmueven al espectador que llega a sentirse cómplice en algunos momentos, pero sobre todo culpable e incómodo por no haberse dado cuenta qué significan realmente algunos comportamientos, siempre justificados con la etiqueta de la tradición o la cultura.
Albert nos atrapa desde el principio de la obra, acompañada de pocos objetos, los únicos necesarios para ponernos en situación, y con un pequeño tratamiento musical, sonoro y luminoso que acaba de crear la atmósfera perfecta para cada una de las diferentes historias.
Se trata de un gran ejercicio de empatía y de toma de consciencia de la sociedad real, imprescindible especialmente hoy en día cuando más que los parecidos, se busca la diferencia entre las personas.