Dos directoras encomiendan a siete jóvenes la misión de cambiar el mundo desde un escenario. Entre el deseo de quemarlo todo, la necesidad de encajar, el hastío, la angustia climática -y otros universales de la veintena, y particulares de la generación z- luchan porque en el teatro ocurra algo que trascienda ahí fuera.
Durante las dos horas que tienen para este cometido conocemos a siete personajes que parecen hipérboles de los siete actores y actrices que les encarnan, y en su interacción van desgranando hasta el átomo los conflictos en torno al activismo, el género, la orientación, la empatía, el privilegio, la raza o la precariedad.
En una explosión estética de música y luces de neón (Blast), una libertad contagiosa nos guía hacia la solución, o hacia una solución posible, que pasa por saber divertirse mucho y con pasión, atreverse a ser quienes somos, confiar, y amar a quienes nos acompañan.
Al final sales con la sensación de haberte visto una temporada entera de We Are Who We Are o Euphoria, si sus guionistas tuvieran la mitad del sentido del humor que manejan Noemí Rodríguez y Andrea Jiménez, y que atraviesa toda la obra, dejando, sin embargo, el golpe intacto.