El teatro se queda a oscuras y una pequeña luz a los pocos segundos nos sumerge en la historia de Búho. Atreverse a llegar al límite, navegar más allá de donde no se ve o enfrentarse a los peores momentos vividos forman parte crucial de esta pieza, que comienza con un protagonista que sufre amnesia provocada por un accidente.
La compañía Titzina crea un espacio en el que el juego de luces y oscuridad, unido al sonido, tiene un lenguaje propio y resulta asombroso. La delicadeza con la que cuerpos y los lugares aparecen en escena es algo digno de valorar, en una obra que apuesta por un comprometido trabajo interpretativo del texto y del teatro físico.
Las imágenes que se van creando tienen presencia en el escenario, pero también en la imaginación, tanto de los personajes como del público. Esto es posible gracias a dos actores, Diego Lorca y Pako Merino, que hilan muy fino en esto de unir lo trágico y lo cómico y provocarnos la emoción constante.
Es verdaderamente interesante leer sobre el proceso que siguieron y en la persona y los lugares en los que encontraron inspiración. En esta propuesta, se respira un inmenso deseo de bucear en cuevas personales o en laberintos emocionales a muchos metros de profundidad y es de agradecer que una compañía se tome la calma y, sobre todo, la conciencia de llevar una experiencia así a un teatro.