Los espectadores que asistimos al Corral de Comedias de Alcalá de Henares el pasado fin de semana quedamos fascinados, deslumbrados con el espectáculo que tuvimos la fortuna de presenciar: Búho, de la compañía Titzina Teatro. La obra atrapa desde el impresionante descenso en apnea con que se inicia (¿cómo se puede tener un dominio tan preciso de cada músculo?, ¿cómo se puede caer tan bien en el agua cuando no hay agua que sostenga?) hasta el diálogo final entre el psiquiatra (Pako Merino) y el espeleólogo (Diego Lorka), encerrada ya su mente en un círculo sin retorno.
Visualmente el espectáculo es poesía y magia. Cada palabra y cada movimiento de los actores están medidos meticulosamente para llevarnos por los vericuetos de la mente de ese espeleólogo que está sufriendo un proceso de perdida de la memoria (o que quizá ha decidido borrar de su memoria algunos acontecimientos, igual que se borran las letras o las figuras que dibuja en el escenario). El ritmo se ajusta a la acción: siempre ágil, se convierte en trepidante cuando la ocasión lo precisa o se sosiega al hilo de las reflexiones del personaje principal. Y destaca también la iluminación, con la que los objetos se transforman en seres de luz que pueblan los dominios de la oscuridad.
La obra parte de un trabajo de investigación y de observación de la naturaleza metódico, minucioso, riguroso y exhaustivo. Solo así es posible sintetizar tan bien los procesos de degradación de la mente. Solo así es posible componer un búho (Pako Merino) del que el espectador espera solo el momento en que alce el vuelo y se eleve por el patio de butacas. En una entrevista los creadores de la compañía han dicho que tardan dos años en producir una obra. Hemos quedado fascinados con esta, pero estamos aguardando ansiosos la siguiente propuesta, porque seguro que la espera merecerá la pena. Porque para eso vamos al teatro: para encontrarnos con nosotros mismos, para entender mejor quiénes somos y para encontrarnos con la belleza del mundo.