Contar la historia de Helen Keller, la primera mujer sordo ciega que se graduó en una universidad, y de su trabajo vital junto a su profesora, Anne Sullivan, entiendo que es tan inspiradora como apabullante. La propuesta de Rakel Camacho para llevarlo a escena, sin embargo, ha flaqueado en algunos puntos claves. ¿Por qué ese alarde de artillería de elementos que se mueven, ruedan, montan y desmontan sin parar durante toda la representación? ¿Por qué sacarnos de una historia tan potente, de un texto bien armado, con un sin fin de estímulos que desbordan y alborotan sin un propósito justificado? ¿Y qué hay de ese desnudo incomprensible y, como suele pasar, demasiado largo? ¿Era necesario que una de las protagonistas abandone el escenario subiendo por una escalera de pared con una falda de época a sabiendas de que puede romperse la crisma? La opción de mezclar autobiografía de las actrices con la de estas dos grandes mujeres que habitaron la tierra, hace más de un siglo, también resulta algo suelta e incongruente. Mientras, me pregunto de dónde sacarían la fuerza esas dos grandes luchadoras y compañeras que se enfrentaron a todos los los límites físicos imaginables, antes de volver a sentirme interrumpida por otra cuestión esencial: ¿Qué hace una espada de Star Wars en mitad de ese escenario del, siempre abierto y expresivo, Teatro de la Abadía?
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