Aunque pueda parecer extraño, la adaptación al teatro de Cantando bajo la lluvia no se hizo hasta el 1983. Supongo que nadie era tan osado como para convertir una película emblemática -para muchos, el mejor musical cinéfilo de la historia- en una obra teatral que no contaría, evidentemente, con el talento inigualable de Gene Kelly. ¿Cómo hacer que el público olvidara un referente tanto importante? ¿Cómo representar e el escenario escenas míticas como la de la lluvia, y tantas otras? ¿Cómo conseguir que unos actores bailaran, cantaran y fueran sobrados de carisma? Pues bien, el West End de Londres fue el lugar que vio la primera versión en los ochenta. Una versión que no quiso arriesgar y que contó con el mismo libreto y casi todas las canciones de la película, a las que añadió también algunos éxitos de Roger Edens, George Gershwin, Dorothy Fields o Cuelo Portero.
Con los años, se hicieron más versiones (la de Broadway fue bastante diferente), e incluso en España se vio una dirigida por Ricard Reguant en 2004. La que nos ocupa hoy se inspira bastante en la versión londinense y cuenta con la traducción y adaptación de Marc Artigau. Supongo que los escollos con los que se ha encontrado han sido los mismos que años atrás… Cómo hacer que la gente se olvide parcialmente del musical, y cómo conseguir que los actores no sean comparados constantemente con los de la versión cinematográfica. La solución creo que es más sencilla de lo que parece: haciendo buen teatro y creando un espectáculo solvente. ¡Y así ha sido! Manu Guix, Àngel Llàcer, Myriam Benedited y Andreu Gallén -no nos olvidemos de la dirección musical-, han creado un show competente en todos los aspectos. Se ha cuidado el trabajo coreográfico, el tono de la comedia, las resoluciones escenográficas y de vestuario y, evidentemente, toda la parte musical. Cuando todo esto encaja, los espectadores disfrutan con el que pasa en escena… y valoran un trabajo muy bien hecho, riguroso y muy atractivo.
Lo más agradecido de este espectáculo es su ritmo frenético, consiguiendo crear un montón de espacios y situaciones diferentes con muy poca cosa. En este sentido, pasamos de un estreno de Hollywood en unos estudios cinematográficos, a una fiesta, a los camerinos o a la casa de los protagonistas… sin olvidar las calles de Los Ángeles, donde evidentemente llueve. Muchos de los números musicales están creados a imagen de los originales, pero sin querer imitarlos, cosa que es de agradecer. Los bailes, que hay muchos, tampoco quieren ser una copia sino que más bien son el fruto de la inspiración. Y está claro que los protagonistas -Ivan Labanda, Diana Roig y Ricky Mata- tienen que cantar y bailar, demostrando un esfuerzo y un trabajo que ahora se ve recompensado. Su trabajo, al igual que la de los secundarios como la grande Mireia Portas, es brillante y merece todos los elogios.
En definitiva, el musical más complejo que ha creado la productora Nostromo, y posiblemente también el más exitoso. Una suma de pequeños y grandes aciertos que desembocan en un éxito seguro.