¿Qué ocurre cuando la sociedad se encarga de cercenar la libertad del individuo? ¿Qué ocurre cuando la violencia nos sacude de repente? Esto es precisamente lo que intentará desvelar Martin Dysart (maravilloso y contenido Roberto Álvarez), el psiquiatra encargado de analizar la dañada personalidad de Alan Strang (sobrecogedor Álex Villazán). En ese proceso navegaremos por un conjunto de flashbacks para adentrarnos en el subconsciente del chico y poder reconstruir el origen de todo desde la relación que el joven mantenía con sus padres (excelentes Manuela Paso y Jorge Mayor) hasta su efímero y atípico romance con la hermosa y seductora Jill (estupenda Claudia Galán). En ese subconsciente, el caballo se erige como elemento simbólico y ambivalente. Es posible que al espectador le venga a la memoria el caballo lorquiano de La casa de Bernarda Alba como símbolo inequívoco de una sexualidad reprimida que lucha por salir al exterior. Cuando la intolerancia y el fanatismo enferman la psique del ser humano, se origina el trauma. Podría establecerse en este sentido un paralelismo entre el personaje de Alan y la telequinética Carrie de Stephen King. Ambos son verdugos pero también las víctimas de una sociedad que coarta su libertad. Como en una investigación detectivesca, la verdad se irá revelando poco a poco hasta alcanzar el clímax final. Lo apolíneo y lo dionisíaco son dos conceptos nietzschianos que sobrevuelan invisibles a lo largo de todo el texto. Es en dicha dualidad donde se halla el conflicto interior que sufre el atormentado protagonista y que terminará desencadenando la tragedia. El montaje de Carolina África actualiza el clásico de Peter Shaffer cuarenta y nueve años después de su estreno conectándolo con la actualidad a través de las nuevas tecnologías. Hermosa e inquietante función que no te puedes perder.
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