Con esta Cenicienta se recupera un clásico americano de Rodgers & Hammerstein (South Pacific, Oklahoma!, El Rey y Yo, Sonrisas y lágrimas, Carrusel), los grandes renovadores del musical americano a mediados del siglo XX.
No echéis en falta las canciones de la película de dibujos animados de 1950: esta no es la versión Disney del cuento de Perrault que todas las generaciones conocemos, sino la que Rodgers & Hammerstein compusieron para un musical televisivo en 1957, hecho para la estrella del momento: una Julie Andrews que entonces protagonizaba «My Fair Lady» en Broadway.
La historia de Cenicienta, bien conocida por todos, es un cuento bien arraigado que ha contribuido al mito de las madrastras maléficas, las hermanastras odiosas o los príncipes azules que salvan hijastras maltratadas.
Aquí, sin embargo, hay una ligera actualización: Cenicienta es una chica lista, concienciada, empática, generosa, puesta al día y un pelín activista (pero solo un pelín) que va a salvar a un príncipe cándido y algo confuso, traicionado por su tutor regente.
La partitura de un clásico necesita de una orquesta amplia y bien dirigida. Y por ese lado, la Cenicienta del Coliseum madrileño, no tiene tacha. Suena con brío y con brillo en todo momento.
Las voces contribuyen a redondear el espectáculo, destacando Mayca Teba con una lírica hada madrina, maravillosa y potente, y Paule Mallagarai, que hace una estupenda Cenicienta.
El trío malvado-cómico de la madrastra (una especie de Cruella muy bien interpretada por Mariola Peña) y las hermanastras, a cargo de María Gago y Caro Gestoso, están muy en sintonía. Eloi Gómez da voz al apuesto príncipe confuso, de regio aplomo, por el que suspiran.
Hay coreografías muy bonitas, mucho color y un vestuario cuidado, bonito y con homenajes evidentes a personajes de musicales famosos.
La puesta en escena de esta Cenicienta tiene dos elementos básicos de escenografía: una casa y una escalera (más una carroza puesta al día, o una preciosa luna), pero el grueso de la escenografía lo compone una estructura clásica de fondo, patas y bambalinas, en que unas pantallas led gigantes de alta definición ocupan el lugar de las clásicas telas.
Con esto se genera una video-escena muy conseguida que crea algunas escenografías (las más abstractas y oníricas, como la escena entre nubes) preciosas y que ayudan a crear efectos especiales y trucos estupendos, de los que arrancan un «¡ooooh!» del público.
Esa misma tecnología personalmente me saca muchísimo de la teatralidad y me lleva a otro lugar, cuando reproduce espacios «realistas» con gráficos digitales que a mi no me parecen tan logrados.
Otras proyecciones, como la de blanco y negro que nos introduce la figura del príncipe mientras suena esa rica partitura tan bien interpretada, me encantaron.
Ambas técnicas conviven y definen lo que es esta Cenicienta: un clásico recuperado para que nuevos públicos lo descubran y decidan mantenerlo vivo.