A veces es difícil escribir sobre producciones que te han dejado con la boca abierta y procesando las emociones que te han provocado. Este es un ejemplo, porqué se trata de un sobreestímulo de momentos, escenas, luces, colores y música que no para de interpelar con el público.
Safo fue una poetisa lírica griega que vivió entre los siglos VII i VI aC en la isla de Lesbos y escribió sobre el amor y la manera de entenderlo. Y en esta obra se intenta hacer una revisión de su vida y obra a partir de lo poco que ha quedado escrito de las dos cosas. Incluso se exploran algunas de las teorías de su vida y muerte, a partir de escritos de otros “eruditos” contemporáneos de Safo.
Esta obra es un montaje visual, sensorial y emocional que, como si se tratase de una obra de arte, no hace falta entender cada elemento que la conforma para conectar con su esencia. Una producción que está estructurada en base a la música compuesta por Christina Rosenvinge y las coreografías de María Cabeza de Vaca que envuelven el texto de María Folguera.
La fuerza de una narración como esta radica, en gran medida, en el reparto que da vida a cada personaje. Las ocho intérpretes que salen a escena son una bestialidad, tienen una fuerza, pasión y sentimiento difícil de fingir, se entregan en cada movimiento viviendo en la piel de sus personajes. Christina Rosenvinge como Safo es el centro de atención -y el reclamo, en cierta manera-, y alrededor Irene Novoa, Juliane Heinemann, Lucía Bocanegra, Lucía Rey, María Pizarro, Natalia Huarte y Xerach Peñate, que ponen la voz, el cuerpo y su destreza instrumental.
Lucía Bocanegra es uno de los grandes descubrimientos de esta obra, se transforma en una figura hipnótica que no se puede dejar de mirar cada vez que sale a escena. Sus movimientos son potentes, pasionales y llenos de fuerza. De igual manera, Natalia Huarte se transforme en una gran narradora de la vida de Safo, dirigiendo al público por el camino plástico y musical que se va construyendo durante los 90 minutos que dura la obra.
Un proyecto que no deja indiferente y que muestra que las artes escénicas tienen su gran cómplice en la libertad creativa y la falta de límites. Safo es teatro en estado puro