Nadie sabe bien a qué venimos cuando entramos a este teatro pero la verdad es que nadie sabe bien a qué hemos venido cuando salimos de este teatro.
Loles León abre un libreto que lee por primera vez en escena y cualquier cosa puede pasar. De hecho, lo que pasa es cualquier cosa: sin spoilers, tenemos chistes para todos los gustos aunque no para todos los públicos, improvisación, y algún dato interesante sobre la persona que escribió esta obra en 2010. Nassim es un iraní que vive una realidad muy distinta a la nuestra.
Es más que evidente que Loles tiene tablas para esto y mucho más, su ingenio puede con este extrañísimo experimento, divierte al tiempo que hace preguntarse al espectador cómo sería este espectáculo con otro protagonista. Dan ganas de trabajar con ella observando su buena predisposición y el cariño hacia sus conocidos entre el público, su permanente esfuerzo y los frutos que da en un público entusiasmado que no para de reír.
En Conejo blanco, conejo rojo, cada sesión es única, porque cada actor hará lo que le dé la gana, que es, opino personalmente, lo que tienen que hacer con semejante texto que aún no sé bien cómo describir.
La complicidad entre actor y público, el sentirse parte de la misma cosa, en la misma habitación, la unión que genera el show lo convierte casi en una reunión de (muchos) amigos en el salón de casa de alguien que admiras. Y eso sólo puede ser buena idea.