Antes de entrar en faena, Gracias de corazón por tan mágico texto Sonia Madrid y esa impecable dirección Raquel Pérez.
Desde el momento en que te enreda la melodía circense del inicio, que no puede más que desplegar una sonrisa nostálgica, no hay retorno. El montaje te abraza el corazón y pone una semilla en manos del espectador para que crezca mediante lágrimas de tristeza, risa y alegría. Los responsables de que ese grifo se abra: David González e Ivan Villanueva. Sencillamente brillantes.
Hacen del público su mejor amigo con una facilidad que roza la perfección. Representan la vida misma desde dos puntos que parecen opuestos y despliegan un abanico de verdades escondidas en humor y un humor que esconde verdades. La historia de Plácido y Domingo cautiva al espectador con su laberinto de ocurrencias y vivencias, dejando a un lado todo cuanto es preocupante (para uno mismo), y dando paso a un telón abierto que trata el inicio y el final del camino que comenzamos con nuestra existencia.
Desde el primer minuto, la interpretación es brillante, acompañada de un trabajo escénico digna de admirar y una gestualidad increíble con esos peculiares movimientos de Domingo que invitan a sacar conclusiones incluso antes de que hable; entendiendo así, la dificultad que supone mantener un personaje tan frágil pero, a la vez, tan fuerte. Tan ‘inocente’ tan… Niño. Plácido, sin embargo, aporta la verdad desde una madurez de cristal que es difícil de ver, sobretodo para él mismo. Parafraseo a aquel que dijo «los polos opuestos se atraen», gracias a estos dos personajes, conocemos la verdadera razón, y es: que se complementan recíprocamente. Ambos tienen algo que aportar al contrario, aún con sus diferentes características. De tal forma que la historia adquiere el gran significado de la amistad y la verdad. Un «adulto» vs «niño» inolvidable; descubriendo, que no sólo los «niños» aprenden de los «adultos».
Complicidad, recuerdos que llegan a la mente del espectador, diversión, tristeza, detalles sumamente perceptibles, se mezclan en una coctelera que llena poco a poco ciertos vasos metafóricos que harán finalizar en la sala con una reflexión, una sonrisa, una lágrima y un inmenso aplauso SIN final.
En mi circo, siempre tendréis risas y aplausos, Plácido, Domingo.
«El tiempo no mata, el olvido mata.»