No es fácil hacer teatro hoy en día y menos sobrevivir como compañía teatral —o, al menos, lograr mostrar las creaciones durante un tiempo razonable—. Por eso, cuando voy a ver el primer espectáculo de un colectivo como, en este caso, La Tremenda Compañía, lo primero que siento es una admiración absoluta.
En su montaje Cuando estemos juntas, las creadoras montan a los espectadores en un tren que va a realizar diferentes paradas para reflexionar sobre el concepto del tiempo. El texto es interesante, ya que se notan las diferentes percepciones que cada integrante del colectivo tiene sobre esta magnitud física tan variable según se observa, y provoca además reflexiones profundas en el espectador, equilibrándolas con toques de humor. Las actrices y actor se desenvuelven sobre el escenario con sentido de verdad y tienen mucho potencial.
Lograron, quizá sin saberlo, transportarme a mis recuerdos de adolescente en el pueblo. A las fiestas en agosto con mis amigos, a ese sentimiento de desear que el verano nunca acabe. Esos momentos de mi adolescencia hace tiempo que dejaron de repetirse, pero todavía puedo de vez en cuando subirme a ese tren del recuerdo en el que vuelvo a vivir esas escenas que quedaron marcadas en mí.
Al ver en escena a esta compañía me doy cuenta de algo que he estado reflexionando este año. Y es que la experiencia de hacer teatro es enriquecedora sobre todo por las personas que te encuentras en el camino, con aquellos seres con los que conectas y surge esa posibilidad de dejar una marca permanente en el tiempo. La Tremenda Compañía lo está haciendo y tiene el objetivo de volver a representar esta pieza varias veces en el futuro para poder observar su recorrido y crecimiento; será interesante verlo.