Enrique Jardiel Poncela es uno de esos artistas cuyo mérito nunca fue ni será reconocido. La comedia es un género maldito en el serio y cruel territorio de las letras hispánicas, y mucho más si en el siglo XX nos aproximamos al trienio final de los años 30. Jardiel estrena “Cuatro corazones con freno y marcha atrás” en mayo de 1936 en el teatro Infanta Isabel con el título inicial de “Morirse es un error”. Incorpora elementos de todas las vanguardias para lograr un tono de modernidad que a ojos del público actual parece inocente y anticuado. El planteamiento parte del idealismo absurdo del “y si…” Los personajes navegan por océanos de dudas y deseos, sacudidos por vendavales de algo tan humano como la ambición.Se produce la incorporación de elementos científicos y tecnológicos como herencia de un futurismo aún vigente. Hay brochazos de surrealismo, existencialismo, teatro del absurdo y todos los ismos que caben en una ensalada tropical tan colorida y refrescante.
Los títulos dan siempre claves crípticas que anticipan contenidos, con el autor como dios creador que juega con personajes y público. Aquí el título, con permiso de la máquina, es literalmente narrativo y descriptivo: los metonímicos corazones se apean de su cotidiano envejecer y optan por un pacto, ayudados por la ciencia, para conjurar el paso del tiempo y reírse de instituciones como la familia y la buena sociedad que les imponen condiciones absurdas e inasumibles. Imprimen un buen frenazo y una marcha atrás que implica aislamiento y la reconsideración de sus presupuestos de partida.
En este montaje, el escenario es abierto, con insospechados puntos de fuga. La estética es coherente, reconocible y atractiva, con colores frescos en un ambiente en el que el plástico significaba avance y modernidad. Los actores están bien dirigidos en esta apuesta coral, con buena dicción, buena escuela y técnica que salvan momentos de complejidad en las relaciones personales. Hay escenas de humor delirante y de estrépito, con un ritmo nada fácil de imponer pero, bajo la fina capa de tanta gasa, subyacen elementos tan eternos y universales como el sentido de la existencia y la inmortalidad. Un acierto más del omnipresente de la cartelera madrileña, Gabriel Olivares, que se ha convertido en un especialista en pintarnos la sonrisa a golpe de buenos montajes. … Continuar leyendo en TRAGYCOM