Tras un cartel que, a mi gusto, no hace justicia, se esconde una obra intrigante, misteriosa, con grandes dosis de humor y toneladas de reflexión. Los primeros cinco minutos se me hicieron eternos. Temí haberme atrapado en uno de esos espectáculos con los que no conecto en absoluto. Pero no. ¡Qué maravillosa sorpresa! Se fueron sucediendo los minutos y cada vez me enredaba más en la trama, repleta de diálogos increíbles.
Lo confieso, tengo predilección por las obras en verso contemporáneas. Me reconcilian con los tediosos tochos que me hacían leer en la E.G.B., que ni entendía ni me gustaban. Pensaba que el verso no era para mí, hasta que fui descubriendo textos como este en los que cada palabra encaja y las rimas te producen carcajadas.
Es un texto atrevido, sin pelos en la lengua, en el que no interesan las respuestas, pero sí dejarte el cerebro frito de ideas y planteamientos para, más tarde, cervecita en mano, hablar largo y tendido.
Me parece el “must” teatral de la temporada. Y creo que tendrá especial acogida entre las mujeres, tanto las que quieren tener hijos, como las que renuncian al “privilegio”. También se la aconsejo a todo aquel que le pica la curiosidad de ver de lo que son capaces las nuevas generaciones en procesos de creación colectiva, sin riesgo de tragarse un truño infumable. Porque este texto merece mucho la pena.
Todo el elenco es fabuloso, pero me quedo con el aplomo, la presencia escénica y desarrollo de María Jáimez, tan sofisticada, misteriosa y perfecta. ¡Qué forma de recitar tan natural y cercana! ¡Qué magnetismo desprende! Y qué irreconocible está respecto a las fotos que encuentro de ella en Google.
La escenografía, fabulosa. El final, sublime. Ve a verla.