Mucho ha llovido desde que el extraordinario y maltratado Oscar Wilde estrenara La importancia de llamarse Ernesto allá por 1895, tres meses antes de ser condenado por homosexual. Las casualidades o paradojas de la vida hicieron que 100 años después el presentador Jesús Vázquez (mientras representaba el texto de Wilde en un montaje de Luis Antonio de Villena) se viera implicado injustamente junto a Jorge Cadaval y otros famosos en el caso Arny en 1995, un escándalo que supuso uno de los últimos intentos por querer castigar a gran escala la homosexualidad en nuestro país. Hoy, habiendo transcurrido 128 años desde la aparición de la obra, David Selvas decide dirigir esta magnífica comedia mediante la cual el autor irlandés se propuso arremeter con un fino sentido del humor la hipocresía de la pacata sociedad victoriana, una comedia que, en ciertos pasajes, anticipó algunas características de lo que luego sería el teatro del absurdo. La genialidad de este montaje radica no solo en su brillante y sobresaliente reparto (donde me gustaría destacar a la estupenda María Pujalte como la estirada y clasista tía Augusta) sino en la original inclusión de números musicales, que nada desentonan con la esencia del texto original y que ayudan a reactualizar los conflictos que ya planteaba Wilde, conflictos que venían sustentados por la oposición entre la vida en el campo y la vida en la ciudad.
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